La travesía

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Lo primero que delató la ubicación de los gritos fueron las llamaradas que atravesaban el cielo, dejando un sendero serpenteante que desfilaba por el horizonte y figuraba un camino hacia el más allá.

Wirt junto con Beatrice corrieron tan rápido, que sólo podían escuchar el viento soplar contra de sus oídos. El muchacho procuró que en ningún momento la capucha cayera a sus espaldas, no quería provocar que Beatrice lo mirara con gesto inverosímil, como si le hubiera fallado en alguna clase de promesa.

Cuando llegaron a su destino, se sorprendieron al observar a un tumulto de personas figurando alrededor de un edificio, cuya campana resoplaba sus últimos cantares. Wirt lo recordó como un flashback salido de la nada: la escuela, aquel sitio que trataba de educar a los animales; ahora que lo pensaba, esa idea sonaba algo absurda y desquiciada, pero no hubo tiempo para hacerle caso a su sentido común.

Beatrice lo tomó por el brazo antes de que diera otro paso hacia la escena.

De rodillas, una mujer sollozaba entre grandes lágrimas mientras dirigía sus palmas hacia la edificación, como si su alma dependiera de ello. A su lado, un hombre acariciaba con dulzura su espalda, tratando de tranquilizarla, pero la mujer no parecía querer dejar de llorar de forma tendida y desgarradora.

─ ¡Él ha sido! ─Gritó─. ¡Él fue, él la quemó!

─Debemos irnos ─masculló Beatrice, titubeante y dio un paso en falso.

─ ¡La Bestia regresó, se los juro! ─Gritó la figura femenina, extendiendo ambos brazos hacia el cielo─. ¡Me ha quitado lo único que tenía!

Wirt frunció el entrecejo, ¿cómo eso podía ser posible? Se suponía que el monstruo había desaparecido, que el soplido a la luz de la linterna lo había extinto para siempre. De haber una "Bestia", entonces el muchacho debería ser del que estuvieran hablando, pero era imposible de imaginar que hubiera escapado a mitad de la noche sólo para incendiar una indefensa escuela sin razón alguna.

No tenía ningún sentido.

Por el contrario a él, Beatrice parecía estar a punto de desfallecer. Sus mejillas se volvieron tan rojas como una manzana y sus ojos asustados dirigían la mirada únicamente a un punto exacto de la multitud: a la figura de sus padres.

Ambos adultos que recorrían con la mirada el tumulto de gente, buscando entre los presentes el rostro ovalado de su hija, quien había huido a mitad de la noche con un muchacho recién llegado.

─Debemos irnos, ahora ─ordenó Beatrice, con voz autoritaria y dio media vuelta.

Y fue como si el tiempo se detuviera por un instante.

El cuerpo de la muchacha dio media vuelta, y ningún mechón de su cabello rojizo salió de la capucha. Quizá los ojos de su madre ya la habían encontrado, o probablemente alguien volvió la cabeza en dirección al par de muchachos recién llegados, cuyas capuchas dejaban mucho que pensar. Wirt abrió los ojos, asustado, en el momento en que la suave voz de la mujer llamó a su hija tan fuerte que silenció los lamentos.

─ ¡Beatrice, hija mía! ─Gritó.

Beatrice tomó la mano de Wirt y comenzó a correr, tan fuerte que el muchacho se sintió desfallecer. A sus espaldas una multitud de voces comenzó a perseguirlos a través del bosque, mientras la pelirroja se esforzaba rotundamente en seguir corriendo.

─ ¡Beatrice, espera! ─Gritó Wirt, tratando de llamar la atención de su acompañante─. ¡Son tus padres, espera...!

─ ¡Entiéndelo, idiota! ─Replicó Beatrice, mirándolo de reojo─. ¡No lo entenderán si te ven, te verán como un monstruo y tratarán de separarme de ti! ¡Y yo no puedo dejarte solo!

Wirt tropezó de forma tan torpe que Beatrice tuvo que detenerse un momento para que él fuera capaz de recuperar el equilibrio.

─No van a separarnos, además... ─respondió Wirt, escuchando los gritos con mayor fuerza a sus espaldas.

─Si te atreves a decir que no necesitas mi ayuda, juro por todo lo que me queda de azulejo que te voy a maldecir ─refutó─. Estamos juntos en esto. Me ayudaste al darme las tijeras para volver a ser humana, te debo un favor y voy a pagártelo regresándote a casa.

Esquivaron algunos anchos troncos antes de salir por un hueco entre los arbustos, que los dirigió hacia un extenso pastizal, en el cual los rayos del sol rozaban el suelo, iluminando la escena de un color parecido al dorado.

─No debería sentirme ofendido al oírte escuchar que me quieres de vuelta inmediatamente a mi verdadero hogar, ¿verdad? ─Preguntó Wirt, encogiéndose de hombros.

─ ¿Por qué eso debería hacerte sentir ofendido? ─Preguntó la muchacha, frunciendo el entrecejo.

─No lo sé ─musitó Wirt, avergonzado y negó con la cabeza, dejando de caminar.

Beatrice volteó el cuerpo completamente hacia él; bajó la capucha de su cabeza, dejando ver su extenso cabello pelirrojo que serpenteaba en armonía contra el viento, y el muchacho pensó que el mar de pecas que yacían en su rostro era parecido a una noche llena de estrellas ─y que por alguna razón, lo único que deseaba era escribir un poema acerca de ella.

─Wirt, tú no perteneces aquí ─susurró Beatrice, dejando de fruncir el ceño─. Tú tienes que volver a casa, con tu familia, y ser feliz. ¿Es ese acaso un mal plan para ti?

─En realidad suena bastante bien al decirlo en voz alta ─confesó el moreno, no tan convencido.

─Entonces no hay tiempo que perder ─Beatrice le tendió la mano para que su acompañante la estrechara con la suya─. Debemos apresurarnos.

Y Wirt lo supo. En ese sencillo gesto amistoso; se dio cuenta en la forma en que Beatrice lo miraba, o la manera en que se dirigía a él, como si deseara que el chico permaneciera eternamente en lo Desconocido, como la primera vez en que trató de convencerlo de quedarse. Pero ahora lo único que quería la muchacha era que se fuera, que desplegara sus alas y volara directamente a casa, sin volver la mirada.

Detrás de ellos, la multitud de personas se hizo presente.

Wirt escuchó la voz de la madre de Beatrice junto con la de su padre, pero la pelirroja ni siquiera se molestó en voltear a verlos. Sus ojos estaban fijos en los suyos, y su palma seguía extendida, invitándolo a continuar la travesía.

Ni siquiera le importó que el viento descubriera su cabeza, que el par de ramas que salían de su lados se expusieran frente a un pequeño número de seres conscientes del peligro, quienes gritaron con sorpresa y temor, retrocediendo lo suficiente para alejarse de la "Bestia"; los padres de Beatrice le gritaron advertencias, ordenándole que se alejara de Wirt, pero ella no dio un paso en falso.

Sino que estrechó con fuerza la palma de Wirt, y comenzó a correr, internándose en lo Desconocido.

Y Wirt supo que si debía quedarse, lo haría al lado de Beatrice.

Over The Garden Wall: The BeastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora