Capítulo 23. Destino.

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Nos amamos desde el momento en que nos vimos, y por eso nuestras voluntades se unieron para encontrarnos el uno al otro.

— Amy Tan.

Todavía recuerdo aquella fatídica cita en la que me di cuenta que Regina era la mujer de mi vida y que habíamos sentido la necesidad de tenernos desde hace mucho antes de nacer. Tuve el placer de experimentar un amor como el que tuvieron mis padres, un amor incondicional que solamente pocos logran obtener.

Aquel día una fuerte llovizna cayó sobre la ciudad, le pedí prestado el auto a mi padre para poder llegar más rápido y a tiempo, pero fue un completo error, el maldito tráfico no me dejaba avanzar, tocaba el claxon como un lunático y gritaba barbaridades a diestra y siniestra. Me fijé en el reloj, ya eran las 3:40 y a mi aún me faltaba medio camino para llegar, saqué mi celular del bolsillo de mi saco e intente contactar a Regina ¡No había cobertura! ¿Por qué Dios? Frote mi rostro con desesperación para después sobar mis cienes, arroje el celular al asiento del copiloto y suspiré. Estaba claro que no llegaría ni volando, afuera estaba diluviando y seguramente Regina ya estaría esperándome, pensé varias veces en darme por vencido pero al recordad los textos que habíamos estado enviándonos me obligue a mi mismo a seguir adelante.

"Tus ojos son muy bonitos", me había dicho robándome la sonrisa más estúpida que jamás haya esbozado ¿Quien se enamora de unos corrientes ojos morrón como los míos? No pude evitar cubrirme el rostro con vergüenza, cuando por mi mente rondó aquel recuerdo.

El embotellamiento en el que me encontraba varado comenzó a moverse cuando la lluvia por fin ceso, mire el reloj de nuevo y me di cuenta que ya pasaban de las 5, intente llamar a Regina de nuevo, pero no me respondía. Con un carajo, al llegar al lugar acordado, mire por todos lados, en busca de Regina y al no encontrarla, me senté rendido afuera de la estación. Pase mis manos por mi cabello y cerré los ojos. Mierda Víctor, tenías que cagarla, hombre. Tenía la vista puesta en el suelo, pensando en lo bonito que hubiera sido si no hubiera llovido y yo no hubiera llegado tarde, tal vez en ese momento en vez de correr, hubiera surcado bibliotecas desconocidas junto a Regina o bebiendo un café, cualquier cosa, menos estar solo lamentándome por lo que pudo haber sido y lo que real mente fue.
-¿Víctor? —Escuche una voz llamándome justo en frente de donde estaba, levante la vista y suspire de alivió al ver a Regina, mirándome con una gran sonrisa de oreja a oreja y sosteniendo un paraguas color azul marino. —Creí que no llegarías.
-¿Regina? ¿Estuviste esperándome todo este tiempo? Son las 5:40. —Me acerque a ella, mientras comprobaba la hora en mi reloj. Estaba real mente sorprendido, creyendo que tal vez mi ojos me encañaban y Regina no estuviera ahí.
-Sí, es decir, estaba lloviendo y el metro es todo un caos ahora mismo, así que creí que tal vez tendrías problemas para llegar. Bueno aunque no pensé que tardarías tanto.
-También el trafico era un caos, mierda, de verdad creí que iba a morir de viejo y no llegaría jamás. —Me reí un poco nervioso, la miré y me acerque a ella. — De verdad, gracias por esperarme. Pídeme lo que quieras, que prometo que te lo daré.
-No puedes darme lo que quiero, aun. —Me sonrió tierna mente y camino indicándome que la siguiera. —Vamos a comer algo, muero de hambre, cierta persona me pidió que no almorzará y ahora estoy a punto de morir de desnutrición. —Solté una carcajada y comencé a seguirla.

Caminamos por un rato en busca de un agradable sitió para comer, mientras platicábamos y reíamos, el tiempo se nos fue volando, incluso olvidamos nuestra hambre, pero pronto se cruzó en nuestro camino un adorable restaurante con un aire un tanto rustico que nos hizo regresar de golpe al mundo real, haciendo rugir nuestras tripas con desesperación. Atraídos por el aroma que emanaba de aquel sitió, entramos sin pensárnoslo dos veces y como la vez anterior un mesero del lugar nos ofreció un par de cartas para que pudiéramos elegir que comer. Nos taramos en escoger  que comeríamos, pues todo se veía real mente delicioso, los cortes de carne y las verduras que aparecían en las ilustraciones deberían de ser ilegales por verse tan malditamente deliciosos, en seguida se me hizo agua la boca, intente disimular el hambre, pero Regina lo notó al instante.
-Esto se ve delicioso. —Llevó su dedo directo a la sección vegetariana y señalo una ensalada con almendras que a mi me pareció asquerosa. No soy muy fan de las verduras.
-¿Sí? Yo creo que comeré esto. —Señale una rica carne a la tampiqueña que pensaba acompañar con una cerveza fría.
-¿Comes carne? —Regina puso cara de asco y se removió en su asiento.
Rasque mi nuca levemente incomodo y la miré.
-¿Tú no?
-No, la odio. Pobres animalitos. —Hizo un adorable puchero y me miró incrédula. —Creí que eras vegetariano.
-¿Qué? —Comencé a reír. —¿Qué te hizo pensar eso? Amo la carne más que a cualquier cosa en el mundo. —Solté un suspiro y volví a reír.
-Pues yo no...
Ya no supe que más decir, recargue mi espalda contra mi asiento y de pronto un silencio incomodo invadió el ambiente. Ambos miramos la carta sin decir una sola palabra, hasta que el mesero llegó para pedir nuestra orden.
-¿Ya está listo su pedido? —Tomo una pequeña libreta y saco una pluma de la bolsa de su delantal.
-Sí, yo quiero esta enlazada y una cerveza obscura, por favor. — Señale la enlazada que me había mostrado Regina, la miré de reojo y gire mi cabeza evitando su mirada sorprendida por completo. Es decir, yo no quería incomodarla y si ella era vegetariana tendría que ser vegetariano cuando estuviera con ella. Lo siento carne...
-Ignora su orden. — Le dijo Regina al mesero mientras contenía una risita. — ¿Nos puedes traer una carne asada a la tampiqueña a cada uno, su cerveza y una para mí por favor?
El mesero asintió algo confundido, giro su rostro para verme, me encogí de hombros y el solamente asintió.
-Claro, en un momento se los traigo. —Se alejo rápidamente de nosotros. Voltee a ver a Regina para saber que era lo que había pasado y acto seguido comenzó a reír como loca.
-No soy vegetariana, lo e intentado varias veces, pero es imposible, amo la carne ¿No recuerdas que pedí un baguette de pollo la ultima vez que nos vimos? Dios santo, debiste ver tu cara.
-Maldita, me la creí. —Comencé a reír por la estúpida broma que Regina me había hecho.
-Lo siento, de verdad lo siento, no lo volveré a hacer. —Se presiono la barriga y me di cuenta que los ojos le lagrimeaban.
Rió tanto y tan fuerte que los que estaban en ese momento en el restaurante la miraban extraño. Como siempre ignoré aquel hecho sin importarme que pensaran los demás de mí o de Regina y dejé que siguiera riendo, su risa era real mente contagiosa y hermosa.

Víctor contra Victoria. |La historia de un tránsgenero|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora