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— No quiero ir — dijo Martha con cara de niña triste cuando llegaron a su coche a las seis de la tarde.

— Lo sé. Yo también no quiero que te vayas, pero tienes que hacerlo. Tu niña te espera. 

—Si, lo se,
Él la beso tiernamente, pero cuando estaba alejándose, ella, que sentía un fuego dentro que se había encendido, volvió a besarlo con gana de seguir para siempre.
— Dulce Martha, así será imposible que te deje ir.
— Pero lo estás haciendo.
—Sólo porque debo. Además, nos veremos el viernes.
Ella lo miró, sabía que tenía razon, pero era como si el tiempo con él nunca fuera bastante. Sus ojos se encontraron y de repento todo le pareció claro. Sonrió.
—Quiero que el viernes vengas a cenar en casa de mis padres.
— ¿Como?
— ¿No quieres?
— Si, claro que si. Pero tu me habías dicho que...
— No importa lo que he dicho. ¿Vendrás?
— Por supuesto.

****

El viernes llegó tan rapido que Martha, mirandose en el espejo después de maquillarse, todavía se preguntaba si había sido una buena idea organizar esa cena. Había cocinado toda la tarde, se había duchado y vestido. Había invitado Alejandro y Raúl para ser de apoyo si algo iba mal.

—Nada irá mal, Martha - dijo a su reflejo en el espejo —Diego es un hombre encantador, todo saldrá bien.
Suspiró, lo que no sabía era como habría tomando su padre la diferencia de edad entre los dos. Tampoco era tan mayor, pero sus padres esperaban un chico de treinta años, no sabían su edad. Cuando el timbre sonó, se fue corriendo a la puerta, mientras sus padres la miraban y María seguía con sus cosas. Cuando abrió la puerta y encontró Alejandro y Raúl, se tranquilizó un poco.
— ¡Mira mami que guapa está! — dijo Raúl besandole la mejilla y entrando.
— Claro, viene su novio. Para nosotros nunca se viste así— afirmó Alejandro entrando detrás de su novio.
—Por favor, portaos bien chicos — Dijo Martha que se había quedado en la puerta, aún abierta — No quiero que Diego piense que somos...
— Unos locos— la voz de Diego despertó su cuerpo. Se dio la vuelta y lo encontró ahí sonriente con una muñeca y un vino tinto. Se veía tan hermoso con sus vaqueros negros y su camisa blanca que quedaba perfectamente sobre su cuerpo entrenado. Martha sintió su piel empezar a picar al ver esa sonrisa seductora.
—Hija...- su madre había aparecido a su lado, un poco confundida.
—¿Si? - dijo perdida en sus pensamientos y volviendo solo al ver la cara de su madre — ¡Si! Mamá él es Diego.
— Encantado, señora —dijo él — He traído un poco de vino.
Su madre todavía estaba mirandolo confundida —Oh, si. Gracias, gracias - cogió la botella y sin alejar su mirada llamó su marido - Cariño ven. Ha llegado Diego.
Paulo entró en casa del balcón y su sonrisa se apagó de espacio, mientras caminaba. Se paró al lado se Graciela y miró Diego por unos segundos. Cuando él estaba a punto de hablar lo bloqueó.

—Así que tu serías Diego—dijo un poco molesto.
—Si señor, encantado—Diego, que ya no sonreía, se vio un poco incomodo.
Quedaron algunos momentos ahí, mirandose. Afortunadamente, Alejandro llegó a ayudarles, saludando Diego y distraendo los dos que volvieron a la cocina y al balcón. Los dos enamorados se quedaron cerca de la puerta, mirando los otros que se alejaban.
— No habías dicho a tus padres mi edad, ¿verdad? — preguntó Diego.
— No creía fuera tan importante.
Él la miró poco convencido — ¿De verdad?
Ella bajó su mirada — Lo siento.
—No pasa nada — él le puso un dedo bajo su barbilla y levantandole la cara la besó — Esta preciosa, como siempre.
— Gracias, tu también.
— Ahora vamos, me parece que esta va a ser una noche larga. 

Mientras comían, Paulo no habló. Sólo comía, sin escuchar lo que decían, fue María a llamar su atención.
—¿Tu eres él novio de mamá? — preguntó ella, mirando Diego.
—Si — respondió él sonriendo.
— ¿Y porqué tienes el pelo gris como los abuelos?
Martha casi se ahogó con un trozo de pan, mientras Alejandro intentaba no reírse.
— Princesa, a algunas personas él pelo cambia color muy temprano - respondió él.
— ¿Y tu cuantos años tienes? — Paulo había sorpedido todos con esa pregunta.
Diego lo miró, seguro de si mismo — Cuarenta y seis.
— Cuarenta y seis - repitió Paulo — Y todavía estas soltero.
— Ahora no— miró Martha por un momento.
—Pero si a esa edad no has estado casado y no tienes hijos, tendrás alguna actitud rara, ¿no?
— ¡Papá! — Martha miró su padre sorprendida.
— Sólo me estoy preguntándo que problema tiene ese chico, bueno señor, para buscar una chica de treinta años a su edad.
— Papá, estas hablando como si tuviera sesenta años — dijo Martha.
— No pasa nada, Martha. Tu padre sólo está preocupado por ti.
— Así es. No quiero que pierdas tu tiempo con un inmaduro que sólo quiere divertirse. Ya has sufrido bastante.
Bajó el silencio. Alejandro y Raúl miraban los platos avergonzados, mientras Marta no podía cree que su padre hubiese dicho esas palabras.
— Señor, sé que no va a cambiar su opinión porqué ha decidido que no soy bastante para su hija, pero yo amo Martha.
— No me importa y si, pienso que no eres bastante para ella. Puedes entrenarte, vestirte como un chico más joven, pero siempre serás un hombre de casi cincuenta años. No quiero que mi hija sea el capricho de tu crisis de los cuarenta.
Después de unos segundos de silencio, Martha se levantó — No te permito hablarle así, papá. Diego es una buena persona y lo habrías descubierto si te hubieras molestado a conocerlo.
— Estoy en mi casa y voy a decir lo que quiero.
—Entonces, si sigues tendré que irme de esta casa.
— ¿Y donde irá? Nisiquiera tienes un trabajo.
—¿Perdona?
— Cállate Martha. Tienes treinta años y nisiquiera has conseguido ocuparte de tu hija mientras tu marido te dejaba. Quedarse meses en una cama llorando no es muy maduro, ¡Eres una niña todavía!
—¡Paulo! —gritó Graciela.
Martha se levantó — María, coge tus juguetes. Diego, me puedes esperar a la puerta, ¿por favor?
— Claro cariño —respondió él, levantandose después de saludar.
Martha fue a su cama, abriendo unas maletas y poniendo todas las cosas suyas y de su hija.
—Martha — su madre la había seguido a su habitación — ¿Que estás haciendo?
— Me voy.
— Martha, tu padre no piensa esas cosas.
— ¿No? Entonces no tenía que decirlas — Salió de la habitación— María vamos.
La niña se levantó y se fue con su madre.
—¿Donde piensas ir? — preguntó su padre entrando en casa.
—No es asunto tuyo.
—Vale, que sepas que mañana María tiene que irse con su padre — dijo el hombre mirandola con una sonrisa mala.
Ella no contestó, esperó que Diego y María salieron y se fue.

La fuerza de tus palabras (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora