- ¿Donde vamos? - preguntó Martha, mirando Diego que sonreía como un niño que acaba de recibir un juguete nuevo.
Él la miró un segundo, siguiendo a sonreír.
- No me lo vas a decir, ¿verdad?
El negó con la cabeza y se concentró en conducir. Aparcó en una calle que ella no conocía.
- Esperame, ya vuelvo enseguida - dijo a ella, saliendo del coche.
- Vale - respondió Martha, intendando ver donde iba él. Había entrado en una tienda, pero no se veía que clase de tienda era, y después había ido a otra, saliendo con algo y volviendo a la tienda anterior. Después de quince minutos, ella seguía sentada en el coche, más curiosa que nunca.
- Listo, tenemos todo. ¡Vamos! - sonrió él, besandola, en cuanto había subido al coche.
- ¿No era aquí que teniamos que venir?
- No, no. Sólo necesitabamos la comida y una manta.
- ¿Vamos a hacer una comida en el campo? - preguntó ella - Porque no tengo el vestido adecuado.
- Eres hermosa - le sonrió él - Y vamos al lugar más hermoso en el mundo.
Encendió el coche y se concentró en conducir.Martha bajó del coche mirando el espectáculo que tenía por delante. No sabía que decir, en ese lugar se sentía como en un cuento.
- Esta es la playa de las Teresitas, ¿no la conocías? - dijo él poniendole el bazo sobre las espaldas.
- Me habían hablado de esta playa, pero nunca había venido aquí. Es maravilloso. La arena es tan...amarilla.
- ¡Si! Y también es ligera. Es arena del desierto del Sahara.
- Así que ¿vamos a comer en este lugar maravilloso?
- Si, ¿No te gusta? - preguntó él preocupado.
- Me encanta - sonrió ella, felíz.- ¿Tienes frio? - le preguntó él después de comer algunas cositas que había comprado en un restaurante.
- No.
- ¿Segura? Porque aquí hace un poquito más frio que en el sur en esta epoca del año.
- Tranquilo, ya te diré si tengo frio.
- Entonces, tendré que encontrar otra escusa para abrazarte.
- No necesitas escusas para eso.
- Lo se, pero habría sido más romántico.
- Uuhh - sonrió ella, acercandose - ¡Mi escritor de novelas de amor! - lo besó tiernamente y el la abrazó, dejando que ella siguiera viendo el mar - Diego, este sitio es maravilloso. La arena tan amarilla, el cielo tan azul y el ruido del mar. Es un paraiso, ¿no estaré muerta?
Él la miró, besandola. Empezó muy tienamente pero la gana de querer más se apoderó de él. Acabaron tumbados, él arriba que había acabado con su boca y seguía besandole el cuello. Ella sentía un fuego que nunca había sentido. Como si todas sus terminaciones nerviosas contestaran a cada beso, cada caricia, ecendiendo un fuego en cerebro y todo su cuerpo. Había llegado al principio de su escote, cuando se paró. Martha lo miró confudida, como si hubiera olvidado quien y donde fuese.
- Lo siento Martha - el se tumbó a su lado - No pude resistirme, eres tan perfecta - la miró a los ojos.
- No tienes que resistirte...esto ha sido...tu eres...- ella no sabía como seguir su frase sin sentirse estupida y vulnerable, pero no podia evitarlo - Me gustas mucho...
Él le acarició la mejilla - Dulce Martha - la observó por algunos segundos y le dijo - me gustaría presentarte a mis padres.
Martha lo miró surprendida - Pero, Diego, no te parece demasiado temprano?
- He siempre pensado que los sentimientos no respetan las reglas del tiempo. Los verdaderos sentimientos son algo que se imprime en él universo para siempre.
Martha sonrió, luego volvió a mirar el cielo - Tenemos que hacer algo con esto del romanticismo, al final acabaremos como una de esas novelas de poco.
- Lo que hay entre nosotros nunca será de poco.
- ¡Vees! No puedes evitarlo, es como si te programaron así. Modalidad escritor romantico siempre lista - rieron mirando el cielo.
- Martha...
- ¿Si?
- Yo creo que me he enamorado de ti.
Ella lo miró de repente. Él siguió mirando el cielo.
- Diego - él la miró - ¿Que has dicho?
- Que te amo.
- Ah, entonces no lo soñé.
- No, no es un sueño, es vida. Pero voy a asegurarme que nuestra vida parezca un sueño todos los dias.
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La fuerza de tus palabras (Editando)
Chick-LitMartha tiene treinta años y una niña de dos, está casada, escribe novelas y trabaja como caguro para su vecina. Su vida sigue tranquila, aunque ella no fuera feliz, hasta un día en que su marido dice tres palabras horribles: Tenemos que hablar.