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- ¿Estás bien? - le dijo su madre cuando se levantó para desayunar.
- Si, si, solo me fui a la cama a las tres.
- ¿A las tres? ¿Escribiste un poco? - su madre la miró sonriendo.
- ¡No! He estado buscando trabajo.
La sonrisa de su madre desapareció.
- ¿Y? - preguntó su padre mientras comía una tostada.
- Nada. Los trabajos mejores necesitan demasiada experiencia, y con los que puedo hacer podría pagar solo un alquiler.
- Pero Martha, puedes quedarte aquí con nosotros.
- ¡Que no mamá! Yo y María necesitamos nuestro hogar, nuestros espacios, ella necesita una situación diferente a esto - rodeó el dedo indicando su rededor. Sus padres pusieron una cara dolida - A ver, ustedes son muy muy amable y nunca los agradeceré bastante para todo lo que han hecho y están haciendo para nosotras, pero yo quiero ser independiente y demostrarle a mi hija que puede hacerlo todo, aunque si la vida es difícil.
- Yo lo entiendo, tienes razón hija - dijo su madre.
- Si, no te preocupes y vete buscando algo. Nosotros podemos ayudaros hasta que haga falta - siguió su padre.
- Claro, ¡somos tus padres! - sonrió su madre.
- ¡Gracias! - Martha sonrió triste, mirando su café.
- ¡Pero mañana! - dijo su padre - Hoy vamos todos juntos a la playa.
- Mmm, no sé. Pensaba salir y ver si encuentro sitios donde necesitan alguien.
- No, no - su padre empezó a recojer los platós - Hoy todos a la playa, y de prisa que la niña tiene clase de natación a las nueve y media.
- ¿Ah, la niña sabe nadar? - preguntó Martha, pero su padre se había ya ido a la cocina.
- Está aprendiendo - contestó su madre siguiendo su padre.
- ¿Pero no está demasiado pequeña para eso? - preguntó Martha, pero ya no estaba nadie en el balcón con ella.

****

Martha se quedó como una tonta, mirando su hija nadar muy bien en una zona de la playa hecha para que los niños aprendan a nadar. Le parecía increíble que en unos meses habría tenido tres años. Había perdido seis meses de la vida de su hija y ella había crecido sin que se diera cuenta. La miraba tan orgullosa, pronta a hacer lo mejor para ella.
- ¡Hola! - una voz masculina llamó su atención. Ella, miró a su lado, encontrando Alejandro.
- ¡Mira! Que suerte que tengo en estos días - dijo ella.
- Nos es suerte. Tus padres quedaron con mi abuela para pasar al día aquí juntos.
- Claro - comentó ella molesta, entendiendo porque su padre había insistido tanto para que ella fuera con ellos.
- Mira, yo pienso que hemos empezado con el pié izquierdo.
Ella lo miró de reojo. Ese chico era tanto hermoso cuanto molesto, y ella había acabado su paciencia.
- Ayer - siguió él - no quería pedirte una cita por piedad. Solo quería salir contigo a cenar para conocernos mejor. Y para pedirte perdón por ser tan grosero contigo.
- Mira, no voy a venir a la cama contigo - dijo ella mirandolo fijamente.
Él se quedó boca abierta mirandola.
- ¿Que pasa? ¿Te he sorprendido? Vamos a ver, un chico te lleva a comer y pasa tiempo contigo para llegar a eso, así qué nos ahorramos tiempo.
- ¿Sabes que no somos todos iguales?
- Si, lo escuché por algun lado, pero ya no me lo creo y no confiaré en un hombre nunca más.
- Pero, ¡tu no me conoces!
- No me hace falta, y no me interesa.
- ¡Increible!
- ¿Que?
- Estás tan amargata.
Esta vez fue Marta a quedarse sorprendida.
- ¡¿Pero como te atreves?!
- Tu te permites decir esas cosas de mí, pues ¡yo digo lo que me da la gana!
Martha se puso en frente a él - ¡Tu! Hijo de...
- Mamiiii - María llegó corriendo y abrazandola.
- ¡Mi amor! - Martha bajó a la altura de su hija - ¡ Mi nadadora! ¿ Tienes hambre?
- ¡ Si!
- Bueno, vamos a comprar algo.
- Alejandro, vienes? - dijo la niña mirando al chico que sonrió.
- ¡Claro!
- ¿Tu conoces Alejandro? - preguntó ella a su hija.
- Si, somos amigos - dijo María.
Martha miró el chico confundida.
- Nos jugamos juntos cuando nos encontramos aquí en la playa - dijo él.
Ella suspiró - Pues, ¡vamos!

La fuerza de tus palabras (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora