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Los padres de Diego vivían en un piso muy grande y muy elegante en un edificio en frente a la agencia de Ana. Cuando Diego sacó sus llaves, para abrir la puerta, pero Martha lo bloqueó. Sacó de su cuerpo todo el oxígeno que tenía y luego volvió a tomar aire. Arregló un poco su pelo, pero Diego cogió su mano.
- Cariño, no te preocupes, eres hermosa y te van a amar - la beso tiernamente, pero luego el beso se volvió más pasional. Nisiquiera se dieron cuenta de la puerta que se abría, si no fuera por alguine que tosía. Martha se dio la vuelta, sonriendo avergonzada para encontrar la última persona que pensaba ver ese día.
- Ana, ¿ya legase? - preguntó Diego.
La cara de Ana, que miraba Martha como si fuera un bicho asqueroso, volvió su mirada y su mejor sonrisa hacía él - Claro cariño - a esas palabras Martha la miró, como si quisiera matarla.
- Bueno, ¿nos deja entrar?
- Claro, claro.
Mientras andaban al salón, la chica sentía la mirada de esa mujer sobre su figura. Los padres de Diego eran más ancianos que los suyos, pero parecieron aceptar la diferecia de edad que había entre ellos. Fueron muy cariñosos, intentando hacerla sentir como en su casa.
- Diego nos ha contado que escribes - dijo Jorge, un hombre muy alto y delgado, al que Diego se parecía mucho.
- Si, bueno ahora he dejado la escritura para concentrarme en encontrar un trabajo.
- Así que no trabajas - dijo Ana con una sonrisa satisfecha.
- En realidad, encontré algo ayer.
- No deberías dejar de escribir - Liliana, la madre de Diego, siguió como si Ana no hubiera hablado - Estoy leyendo tu novela de fantasía, y está muy buena, de verdad.
- Gracias - respondió Martha avergonzada.
- Y que clase de trabajo es? - Ana seguía molestandola.
- Camarera en una discoteca - Martha respondió con un poco de verguenza. La sonrisa de Ana se volvió mas grande.
- No tienes que avergonzarte de eso niña - la madre de Ana la perra habló por la primera vez - Cada trabajo que te de dinero honestamente es un trabajo digno.
— Sobretodo si tienes una hija...— cada palabra de Ana la perra la ponía más nerviosa.
— Por cierto, pensé que habríamos conocido la pequeña María — dijo Liliana sonriendo — Por fin una nieta.
Martha sonrió por la dulzura de esa mujer, pero sobretodo por Ana que casi se ahogaba mientras bebía al escuchar esas palabras.
— Lo siento, éste es el fin de semana que pasa con su padre.
— ¡Tenéis que verla! — Diego parecía haberse despertado, pensando en María — Es hermosa, divertida y tan inteligente — miró Martha besandole la mano — Como su madre.
Martha sonrió sarisfecha, mientras le pareció sentir Ana decir algo, pero intentó ningunearla y aprovechar de ese momento.
— ¿Y quieres otros niños? — preguntó la perra.
Martha quedó confundida — Bueno, no se. María es maravillosa, pero un niño necesita muchas atenciones aunque los primeros años son tan bonitos..la primera sonrisa, la primera palabra, el primer paso — miró Diego, que pero pareció triste.
— Porque Diego no puede tener hijos, es estéril.
Martha se enfadó esa perra estaba humillando su hombre para vencer su guerra personal. Todos se quedaron sin palabras, no podían creer que lo hubiera dicho. Martha acarició la mano de Diego.
— No importa, también podriamos adoptar un niño o una niña, además no creo sea asunto tuyo. El es mi novio y vamos a decidir nosotros de nuestra vida. María adora Diego, así que por ahora ya tenemos bastante con ella.
Ana estaba abriendo su boca, cuando su madre la bloqueó
— Callate hija, estas arruinando el almuerzo a todos.

Dos horas después, Martha y Diego habían salutado todos y estaban a punto de irse, pero ella se fue al baño antes de salir. Cuando abrió la puerta, tras haber acabado en el baño, se encontró la cara más mala que había viato en su vida. La perra le puntaba su delgado dedo.
— Tu, pequeño bicho molesto! No te creas tan fuerte, no van a llegar ni a un mes juntos, yo me encargaré de eso. Sólo eres una más, tu pasarás, yo no. Yo siempre estoy aquí. Así que haz el favor de desaparecier sin molestar más. Yo soyvsu mujer, aunque él no lo sepa, todavía.
Martha la miró como si fuera loca — Mira...Ana, verdad? No se de que estás convencida, pero yo estoy con Diego y esto va a seguir por mucho tiempo, asumelo y deja de hacer el ridiculo. Ya tienes una edad, mujer, si no se ha dado cuenta de tu existancia hasta ahora, no va a pasar nunca. Dices ser su mujer, pero era mi nombre el que Diego repetía anoche...Si, Martha, así...Sigue.
Ana volvió roja como el fuego y le dio una bofetada. Martha abrió sus ojos y levantó su dedo.
— Mira, perra amargarda, no te voy a tocar porque soy una señora, pero hazlo otra vez y voy a golpear tu culo hasta enviarte en península.
Apartó la mujer, que todavía seguía roja, y encontró su madre.
— Esta chica me gusta. Vamos hija — dijo mirando Martha.
Ana pasó a su lado sin decir nada y se fue a la puerta. Antes de salir, miró Diego — Cariño, no te olvides que el proximo domingo eres mi acompañante a la boda de Miguel.
Martha miró Diego, entre lo sorprendido y el enfadado. Él saludó sus padres, esa noche iba a ser muy larga.

La fuerza de tus palabras (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora