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Martha seguía callada desde cuando habían dejado la casa de Diego. Casi habían llegado y él seguia mirandola de reojo con el miedo de despertar su ira cuando le habría preguntado algo. Ella era como un libro abierto, no podía ocultar mucho, siempre su sentimientos se reflejaban en su cara. Era una de las cosas que él más amaba. Suspiró y encontró el coraje para decirir hablar.
— Cariño, ¿vamos a hablar u prefieres quedarte enfadada toda tu vida?
— Yo la odio.
— ¿Quién?
— De esa amargada que piensas sea tu amiga.
— No digas eso Martha, Ana es una persona muy sola.
— Claro, no hay quién la aguante, nisiquiera su madre.
— Martha...
— No, no es un capricho. No la quiero en mi vida, en nuestra vidas.
— Pero ¿porque?
— Y no quiero que vayas a esa boda. Tu eres MI novio, solo tienes wue ser MI acompañante. Y te juro que la próxima vez que te va a llamar Cariño en mi presencia le voy a partir la cara.
— Martha te estas poniendo demasiado agresiva. Te recuerdo que es mi amiga.
— ¿Amiga? Si ella es tu amiga yo soy virgen...anda Diego, es posible que bo has entendido que está enamorada de ti. Ella solo quiere llegar a tus bragas.
— No es así, ella sólo tiene una actitud protectora y a veces parece poco simpática.
— Pero si me ha bloqueado en la puerta del baño y me ha dicho que es ella tu mujer, que no estaremos ni un mes.
— Habrás entendido mal.
Ella suspiró, sorprendida — Diego, ¿te parezco estupida? Se lo que me ha dicho.
— Si, pero a veces cuando alguien no nos gusta, vamos a entender las cosas de manera incorrecta. Además, me pidió de acompagnarla hace meses y no puedo dejar que vaya asolas, así de repente — llegaron y él aparcó el coche.
— Diego yo te amo — lo miró fijamente — pero tengo una hija y un corazón que ya sufrieron bastante. No puedo permitir que ella se encariñe a ti para luego quedarse sin ti. Si quiere que esto siga, tiene que alejarte de Ana. Nada de almuerzos, salidas, entradas. Sólo trabajo y punto — Diego aparcó y se fijó en ella.
— Martha te das cuenta de lo que me estás pidiendo.
— Lo siento, es así.
— Ana siempre ha estado a mi lado cuando tenía algún problema, me ayudó cuando mi madre estuvo mal y me ha dado un trabajo para qur pudier volver aquí y ocuparme de mis padres. Ella es una buena amiga y no la alejaré de mi porque tu estas celosa y no consigues fiarte en mi.
— Pero ¡que amiga! ¿No te das cuenta de que ella está enamorada de ti? ¿Y que te ayuda porque piensa que algún día te darás cuenta de amarla? Si me bloqueó en el baño para decirme que no vamos a alcanzar un mes juntos. Yo entiendo lo que me dicen y ella me lo dijo. ¿Que pasa, no me crees?
— Ella no es así. No, no te creo.
— Pues, jodete. Esto se ha acabado.
Martha bajó del coche, intentando no llorar antes de llegar a casa. No lo consiguió, y cuando volvió a casa, su mejillas ya estaban llenas de lágrimas.
— Hola mami, ¿que tal? — pregunto Alejandro que estaba tumbado en el sofá, mientras Raúl ponía una pelicula.
— Una mierda — respondió ella, andando a su habitación sin pararse.
Los dos chicos se miraron preocupados y fueron a verle.
— Cariño, ¿podemos pasar? — preguntó Raúl.
— Si, pero no me llames cariño — ella ya estaba tumbada en la cama, con la cara escondida en el cojín.
— ¿Porque?
— Porque esa puta perra de Anna llama así a mi Diego delante todos. Bueno, ya no es mi Diego, así que ahora puede hacerlo.
— ¿Como?
— Lo dejé.
Raúl se sentó a su lado — Alejandro en la nevera hay helado, cogelo y vuleve. Martha necesita chocolate mientras nos cuenta lo que ha pasado.
— Oh Raúl, ¿porque eres gay? Si decides volver a las mujeres yo me apunto — dijo Martha
— Raúl no se toca, nena. Es mio. — afirmó Alejandro volviendo de la cocina.

A las nueve de la noche, Martha se despertó por culpa de su móvil que seguía llamando. Alejandro llegó del salón y respondió.
— ¿Si? No soy Alejandro. ¿Que quieres? Un momentol — miró Martha — Ese cabron de Marcelo quiere que vayas por María en media hora, ¿voy yo?
— No, gracias. Dile que en media hora estaré ahí.
— En media hora estará ahí.
Colgó y miró Martha.
— Ese tío no me gusta.
— Pues es él padre de María, así que tendras que aguantarlo — se levantó — Me voy a duchar.

La fuerza de tus palabras (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora