—¿Tienes prisa?— Diego tenía una sonrisa muy rara.
—No, la tienda es mía, así que puedo abrir cuando quiero.
—Perfecto.Vamos.
Salieron de su casa despidiéndose de sus padres. Martha tenía gana de preguntar muchas cosas, pero la cara felíz de Diego la dejaba en silencio. Quería aprovechar de ese momento, el miedo que todo iba a acabar muy temprano no se alejaba de ella. Andaron por quinientos metros y luego entraron en una cafetería. Se sentaron y pidieron dos cafés. Diego miraba el reloj, siguiendo callado. Martha todavía no entendía que estaban haciendo. De repente, él levantó su mirada.
—Mira, siempre a la misma hora. Ha dado la vuelta a la esquina.
Martha miró afuera, a la fín de la calle venía un chico de treinta y cinco años, más o menos. Andaba hacía la cafetería con su bolso negro en una mano y el periodico en la otra.
—Y ella ya sabe que está llegando— volvieron a mirar en la cafetería. Al banco había una chica de pelo negro, no muy alta, pero hermosa con todas sus curvas en las que un hombre habría podido perderse. Estaba mirando de reojo el chico que iba a entrar. Él se sentó, pidió un café y se puso a leer, mientras ella siguió con su trabajo. De vez en cuando, se miraban.
—Aquí tienes Maleja y Raúl— Él la miró sonriendo. Ella seguía mirándo a los dos, pero cuando Diego dijo sus nombres, lo miró sorprendida.
—Tú...¡Lo has leído! ¿Como?
—Tu padre. Vino por mi el otro día y me dejó lo que habías escrito.
—¿Mi padre ha venido aquí?
—Si y me pidió disculpa por lo que ha pasado esa noche en su casa, diciendo que no había entendido el amor que hay entre nosotros. Me dejó el libro y lo leí. No estaba seguro que me amabas, porque la noche que discutimos fui para ti, pero te vi besarte con Marcelo y....— suspiró— Bueno, cuando he leído tus palabras la esperanza volvió y intenté hacer algo que llamara tu atención.
—Él me besó— Martha acarició su mano
—Quería volver conmigo, pero yo no podía...porque amo otra persona— lo miró en los ojos y así se quedaron por algunos minutos. Sin hablar, se dicieron más de lo querían.
—Quizás hoy sea el día del milagro— sonrió Diego, mientras volvían a mirar los dos chicos. Unos minutos después él se levantó, pagó y se fue, mientras la chica lo miraba hasta que hubiera dado la vuelta a la esquina.
—Parece que no— sonrió Martha.
—Bueno, otro día. Voy al baño un momento.
—Vale.
Ella se quedó ahí sentada, mirando la chica. Era tan diferente de como la había imaginada, pero tenía algo que le acordaba su Maleja. Estaba tan ensimismada que no vio llegar en la cafetería alguien que habría preferido no ver nunca más.
—Martha.
Ella se dio la vuelta encontrando la delgada y molesta cara de Ana en frente a su mesa.
—Ana.
—¿Que haces por aquí?
—No creo sea asunto tuyo, pero estoy esperando Diego.
—Es inútil, él estará ya en la oficina, esperando para que yo llegue.
—Si, claro. Lo que quieras.
—Tienes que irte, niña. No seas patética.
—Mira quien fue a hablar ¿Esta cafetería es tuya? Porque la última vez que miré podía sentarme donde me daba la puta gana— Martha empezó a enfadarse. Esa mujer sacaba lo peor de ella.
—No seas maleducada conmigo bicho molesto. Estamos muco mejor sin ti. Diego será mucho más feliz conmigo. Vamos a abrir otra oficina en la penisula y nos mudaremos ahí. Ya hemos visto un piso.
—¿Así que estáis juntos ahora?
—Claro, ¿que pensabas? Que habría vuelto con una pequeña puta como tu, cuando aquí tenía una mujer, una señora.
En la cara de Martha se dibujó una sonrisa satisfecha —Gracias Ana.
—Pero ¿que dices? ¿Acaso no me has escuchado, pequeña hija de p...
—¡Ana!— Diego había llegado desde algunos minutos y había escuchado casi todo.
—¡Diego!— la perra puso su carita gentil —Mira quien encontré. Le estaba justo diciendo que estarías en la oficina.
—Ana, escuché todo.
—Yo...yo...— la perra se había quedado sin palabras.
—Me despido. Martha, vamos por favor— lo dos pagaron y se fueron, dejando la mujer inmóvil en la cafetería. Llegaron al coche sin hablar. Fue Diego a romper el silencio, mientras Martha conducía.
—Lo siento, preciosa. Ella solo quería alejarme de ti y yo pensaba que era mi amiga.Tu me lo habías dicho y yo no te creí, pensé que estabas...
—No te preocupes, mi amor. Has hecho un error. Los dos hemos hecho un montón de errores, pero ¡mira donde hemos llegado! Lo importante es que ahora estemos juntos.
—Así que— se miraron mientras estaban parados a un semáforo — nada de esto fue un error...— sonrió Diego.¡¡¡Hola chicas!!! Casi hemos llegado...os he dejado una canción que seguía en mi mente mientras escribía esta historia...es una de mis favoritas...
Besos!!!
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La fuerza de tus palabras (Editando)
Romanzi rosa / ChickLitMartha tiene treinta años y una niña de dos, está casada, escribe novelas y trabaja como caguro para su vecina. Su vida sigue tranquila, aunque ella no fuera feliz, hasta un día en que su marido dice tres palabras horribles: Tenemos que hablar.