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Varita de Ruby (foto)

¿Sabes lo que se siente cuando estás dando una fiesta con tus amigos en tu chalet de los Hamptons y recibes una llamada? Piensas que son tus padres llamándote desde África, piensas que te van a echar una pequeña bronca sobre montar fiestas en la piscina mientras ellos no están, tal vez esperas escuchar por su parte alguna que otra amenaza que sabes que casi nunca llevan a cabo, piensas que te van a contar mil y una historias sobre lo bien que lo están pasando y tal vez tu padre trate de traumatizarte contándote lo bien que sigue estando tu madre en bikini... Pero nunca nunca esperas que sean las autoridades del país quienes te llamen y te digan, en un inglés casi inventado, que tus padres han fallecido en un accidente de helicóptero. 

Ninguno de tus amigos espera verte dejar caer el teléfono de tus manos, ni esperan que te pongas a gritar y a llorar al mismo tiempo para que se vayan. No esperas tener ganas de sacar tu varita y lanzarles algún que otro hechizo para que saquen sus culos de tu casa, porque ahora es tu casa. 

Pues esto... esto ha sido lo que ha pasado en mi verano. 

Cuando me levanté estaba emocionada, pero ahora. Ahora mismo solo estoy horrorizada. Sobretodo después de tener que revisar la agenda personal de mi padre y llamar a su abogado para que me diga qué hacer. Soy demasiado joven para esto. Nadie de dieciséis años debería de tener la fuerza necesaria para tomar un teléfono y llamar a un abogado para que te ayude a gestionar la muerte de tus padres. Por no hablar de mi custodia. 

Por supuesto, esto de la custodia implica un montón de jaleo. No os lo podéis ni imaginar. Recuerdo cuando hace poco más de un año murió mi abuela paterna. Creía que ella era la última pariente, a parte de mis padres, que me quedaba. Resulta que los de servicios sociales y los abogados que cobran una buena pasta... son capaces de sacar familiares de debajo de las piedras. Porque para los neoyorkinos, escocía se encuentra debajo de una piedra. 

Así que... aquí estoy, en toda mi gloria, esperando sentada con la espalda recta y una única maleta con un bolso en mi puerta. Los nervios me salen por las orejas, sobretodo por saber que es la tía de mi madre la que viene recogerme. Mi madre, quien me juró y perjuró que no tenía más parientes vivos. Las piernas me tiemblan con anticipación. Si es pariente de mi madre, además uno cercano, puede que la mujer sea bruja. Y si lo es, puede seguir ayudándome. Lo cierto es que siempre he odiado tener que guardar el secreto, con excepción de mis padres. Ellos fueron los que negaron mi plaza en Ilvermorny, el colegio de magia y hechicería de Norteamérica. No recuerdo que me doliese que mis padres rechazaran mi plaza cuando tenía once años, pero a lo largo de los años he ido descubriendo que aprender magia en casa es muy difícil, sobretodo si lo compaginas con estudios normales. Pero, afortunadamente, mi madre me llevó con ella a comprar una varita cuando tenía once años. Una varita de treinta centímetros, con pluma de fénix y madera de cedro. Ni siquiera me gusta especialmente el cedro. Pero, oye, la varita me eligió cuando tenía once, no es como si me fuera a quejar. 

El timbre de la verja que rodea la casa suena una única vez. Me levanto de un salto del sofá y llego casi corriendo hasta el aparato en la cocina. 

-¿Quién es? -pregunto casi sin poder contener mi nerviosismo. 

- Minerva McGonagall -responde la voz femenina al otro lado. 

Por fin voy a conocer a otro pariente. Mi madre siempre nos había dicho que no tenía familia, y mi padre era hijo único y no tenia tíos... ni nada. 

Ahora que no voy a vivir aquí el abogado ha tenido que encargarse de despedir a todos nuestros empleados domésticos. No eran muchos, pero todos eran agradables y llevaban casi toda mi vida conmigo. Además, este era el trabajo que hacia que llegara dinero a sus casas... 

MI RUBY [George Weasley] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora