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Richard (padre de Ruby) y Ruby de bebé (foto) 

Cuando bajo todos los enredados tramos de escalera de la casa encuentro a muchas más personas en la cocina. No es muy grande pero tiene una gran mesa de madera robusta de gran capacidad. Aunque viéndola como está de llena... no sé dónde voy a caber yo. 

El acento inglés me está saturando un poco los sentidos. Además de la nueva compañía. ¿De dónde ha salido más gente? Hay más pelirrojos que antes. Muchos más que durante la cabalgata de San Patricio en Nueva York.

-¿Dónde... - comienzo a preguntar pero Molly se acerca rápidamente a mí y me toma por el hombro. 

-Siéntate donde quieras -me dice con una gran sonrisa. 

Asiento lentamente y decido que es mejor no retrasarlo más, por lo que me siento en el hueco libre que tengo enfrente. Sin pensarlo ni un segundo. Antes de que pueda remediarlo choco contra el costado de alguien. 

-Lo siento -me disculpo mientras retrocedo de nuevo hasta el espacio que me corresponde. 

Pelo pelirrojo, pecas y unos ojos marrones miran hacia mí. Acompañados de una gran sonrisa que no promete tramar nada bueno... 

Hasta que veo al que se sienta junto a él. Parpadeo varias veces. ¿Gemelos? ¡Genial! Si me confundo ya con una única persona, ahora con dos iguales... 

Molly aparece entre nosotros con un gran cuenco lleno de lo que parece ser puré de patatas y con una cuchara gigante de madera en la otra mano, lista para llenar nuestros platos a reventar. 

Molly sirve una cucharada gigantesca en mi plato y está dispuesta a echar otra cuando la detengo. 

-Está bien. Gracias -aseguro con la esperanza de que eso pare sus ansias de alimentarme. O sobrealimentarme, en su caso. 

-No eres un pajarito, Ruby -dice Molly usando ese tono de madre tan peculiar. 

¡Qué razón tiene con lo de que no soy un pajarito! Sobre todo porque ellos comen el doble de su peso o así. 

-No tengo mucho -explico mientras veo a Molly alejarse para servir a otros- apetito -termino casi en un susurro. 

-No te preocupes -me dice el hijo de Molly que se sienta a mi lado-. Puedes darme lo que no quieras. 

Observo su plato tan lleno como el mío con serias dudas. No sé si es buena idea llenarlo todavía más. 

-¿Vas a poder con todo? -pregunto escéptica. 

El chico suelta un risita y comienza a servirse de mi plato como si le hubiese dado permiso. Lo hace sin ningún tipo de reparo ni vergüenza. Mi boca cae abierta por la sorpresa, pero también siento alivio por saber que ahora solo voy a tener que comer un poco más de lo que siento que me va a caber en el estómago. Desde que recibí la noticia de la muerte de mis padres, comer supone un gran esfuerzo. Es como si tuviese el estómago cerrado o hubiese encogido. 

-¡George! -llama Molly de repente-. ¿Acabas de robarle comida a Ruby? 

Oh, George es el nombre del chico que se sienta a mi lado. Bueno es saberlo. 

-No -respondo yo-. Se la he... regalado -apunto con una sonrisa. 

Molly suspira mientras reprende a George con la mirada y, por fin, se sienta junto a su marido. Hay una especie de ronda extraña de presentaciones. Bueno, solo me faltaba saber el nombre de su marido, Arthur, y el del gemelo de George, Fred. 

La cena es la cosa más loca, desorganizada y caótica cosa que he visto nunca en mi vida. Es cien veces más entretenida que las cenas con mis padres en el comedor formal de casa. ¿Alguna vez habéis oído a todo el mundo hablando a la vez y no logrando captar nada de la conversación? Yo nunca. ¿Habéis visto a una familia pasarse un montón de platos llenos de comida e incluso manchar el mantel hasta convertirlo en el más original Jackson Pollock? Yo nunca. Y sí, sé que repito mucho lo de Jackson Pollock pero es que tener un cuadro de esos encima de la chimenea del salón de tu casa... te deja marcada para toda la vida. 

Está es la cosa más fascinante que he visto nunca. Así es como funcionan las familias grandes. De forma alocada y a la misma vez perfecta. Porque de alguna forma, todos se acaban entendiendo sin palabras. 

Bajo la mirada a mi plato y pestañeo varias veces. Los ojos comienzan a escocerme por culpa de las lágrimas contenidas y la nariz comienza a picarme en esa anticipación al llanto que he llegado a reconocer también en estos días. 

-Si me disculpáis -me excuso sin levantar la vista mientas me retiro de la mesa y me alejo. 

Ni siquiera compruebo si han escuchado lo que he dicho, o si se han dado cuenta. Pero lo sé cuando escucho que Molly me llama. Pero no puedo volver, no cuando estoy, literalmente, llorando de nuevo. 

¡Dios, soy una patética llorona! A este paso me voy a quedar seca como una pasa. 

Cierro la puerta de la habitación que me han prestado y rebusco en mi maleta hasta encontrar el algún de fotos familiar. Supe desde el momento uno que si me iba a ir tenía que llevarme esto conmigo. Irónicamente, lo supe casi a la misma vez en la que pensé que traer el carnet de identidad falso también era una buena idea. 

¡Qué idiota!

Me siento en el borde de la cama, coloco el álbum sobre mis muslos y comienzo a observar las fotografías. 

La puerta de la habitación se abre de repente y uno de los gemelos aparece al otro lado. 

-¿Eres George o Fred? -logro preguntar casi logrando sonreír. 

-George -responde mientras pasa al interior sin preguntar. 

-¿Estás seguro? -pregunto escéptica. Si tuviese una gemela me pasaría todo el día engañando a los demás y haciendo cosas malas en el nombre de mi hermana gemela. ¡Sería horrible tenerme como gemela! 

George me dirige una mirada que deja claro que es él. 

-¿Crees que no sé quien soy? -pregunta entre risas. 

Eso logra sacarme una sonrisa. Sí, es una buena pregunta. 

-¿Estás llorando? -pregunta mientras continúa acercandose. 

-¡No! -niego entre risas-. Solo me sudan los ojos. O me llueven. O... tengo una fuente. 

George niega con la cabeza mientras sonríe y se pone de cuclillas frente a mí. 

-¿Cómo sabías que estaba llorando? -pregunto con curiosidad. 

-Tenemos... objetos mágicos especiales -responde con orgullo. 

-Eso es siniestro. Y brillante, pero mucho más siniestro -comento mientras vuelvo a mirar las fotos del álbum. 

-¿Quienes son? -pregunta George mientras señala una de las fotografías.

-Ese... -comienzo a decir mientras mi voz se va apagando- ese era mi padre. Y esa soy yo... de bebé. 

Le explico un poco la fotografía. Mi padre y mi madre me llevaban a todos sus viajes cuando era bebé y no tenía que ir a clase. Se negaban a dejarme al cuidado de una niñera desconocida, o a cargo de mis abuelos paternos que estaban jubilados y disfrutaban de margaritas bien cargadas todas las mañanas con sus amigos en el club de campo. Ese no era el lugar para un bebé, está claro. 

Mi padre hacía lo que se supone que tienen que hacer todos los padres. Lo mismo que una madre. Y es básicamente lo que refleja la fotografía. 

Después de enseñarle algunas fotos más, y tratar de no llorar otra vez, escuchamos a Fred llamar a George a gritos. Al parecer tienen que seguir... inventando o algo así. 

Yo decido ponerme el pijama y acostarme para que se termine ya este día. 

MI RUBY [George Weasley] EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora