Café.

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Tú sabes cuánto odio el café,
su amargo sabor,
su oscuro color,
su aroma tan característico,
y aún así me confiaste la tarea
de preparártelo.

Agua caliente, café, azúcar y crema,
y sentarme a esperar.
A esperarte.

Suena la puerta.
Allí estabas,
con tu cabellera castaña/rubia/blanquecina (que voy a extrañar),
con la sonrisa que siempre me recibes
y tanto disfruto ver,
con esos pequeños ojos color miel,
y con tu mochila repleta de libros.

Yo me siento con mi taza de té
con limón y miel
frente a ti.

Exclamas
"está re rico",
y no dudas en obsequiarme un beso.
Un beso con gusto a café.
Y me doy cuenta
que no importa el sabor de tus besos,
sino el sentimiento que conllevan.

Prometo prepararte cafés
todas las mañanas que nos quedan
para tan sólo poder verte sonreír
y perderme entre tus labios.

Besos entre líneasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora