Capitulo 21

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La tortuga que se había poseído por un ser malvado, seguía a la bruja, que le iba dirigiendo al arma que pueda cambiar el rumbo del tiempo.
-¿Me podrías decir porque lo quieres?, Leo-, pregunto la bruja, antes de entrar en una sala oculta.
-Eee, solo quería verlo de nuevo, era un collar muy bonito-, le mintió el poseído.
-Fue un regalo que le dio mi padre a mi madre. Que después me dio ella, para poder ver cosas que nadie puede ver-, le fue explicando, mientras metía su mano en un hueco de la pared.
-Pues eso no lo sabía-, se susurró le tortuga, pensando en la mujer que le visitó, y no se lo comento. Entonces la joven bruja, saca su mano, enseñando el collar que tanto necesitaba; al instante se lo arrebato, algo que sorprendió a la chica. Al momento de tocarlo, pudo sentir ese poder, que le libertaria de la celda en que estaba, y ese cuerpo sería suya para siempre, siempre, siempre... Esa palabra rebotó en su cabeza una y otra vez. Observo cada uno de los puntos, y con la otra mano; que ocultaba detrás de su espalda, fue creando una copia exacta, a la que tenía en la otra mano. La joven bruja, miraba confusamente, la reacciones del mutante que ella amaba; y en un descuido miro hacia otro lado. Cuál dio la oportunidad al de azul, hacer invisible el verdadero collar y cambiarlo por la copia; y antes que la chica volviera a mirarle, se lo extendió. Ella lo cogió de vuelta, con una sonrisa y lo dejo donde había estado el verdadero; el mutante guardo el amuleto, en uno de los bolsillos del cinturón y sonrío, mientras miraba la piel descubierta de la chica. Cuando la joven bruja sacó su mano de la pared, sintió el tacto del mutante en su piel descubierta; y luego su respirar en su cuello. Al instante fue girada y el poseído la beso apasionadamente; en ese momento el espíritu disfrutaba, del tacto de los sucesos y delicados labios de la chica, antes de cambiar puestos con el verdadero Leonardo.

Este no sabía nada de lo que había pasado, había estado en un pequeño trance, en que solo había visto la oscuridad, en otras palabras el color negro. Cuando fue recuperando su control, solo vio como besaba a Onotagui, y le dio igual lo que podría haber hecho antes; se separaron, y sin decir palabras algunas fueron volviendo a la guarida. Aunque no habían hecho ninguna clase, decidieron volver, ya que el maestro Splinter se habrá preocupado, por haber llegado tan solo unos minutos tarde. Tenía todo derecho a preocuparse, en cualquier momento, su hijo podría descontrolarse, y intentar destruir La Paz en este mundo o en esta familia. Cuando vio a su hijo entrar a la guarida, se tranquilizó, pero cuando vio unas pequeñas marcas en su piel, que solamente el había notado que tenía; se acercó a su hijo.
-Onotagui, me dejas hablar con mi hijo a solas, por favor-
-Claro, señor Hamato-, le respondió, y dándole una sonrisa a su novio, se alejó del padre y el hijo. El Sensei tocó esas marcas negras, eran de alguna manera lisa pero a la vez sobresalido de la piel; era como si estuvieran unidas a su piel, pero que formaban un dibujo, un dibujo incompleto.
-¿Desde cuándo tienes estas marcas, hijo mío?-
-No lo sé Sensei, tampoco sabía que lo tenía-, le respondió el de ojos azules.
-Da cuerdo. ¿Podrías ir y llamar a tus hermanos, por favor?-
-Hai Sensei-, y con esas palabras, el líder en azul, fue en busca de sus hermanos. Al pasar por la puerta del laboratorio, pudo oír susurros y murmullos, y supo al instante que sus hermanos estaban allí. Se acercó a la puerta, y cuando iba a tocar la puerta, una frase le llamó la atención.
-No me puedo creer que Leo se un...-
-¡Raph! Inocente a las dos-
-Agg, cierto. Desde que esa bruja idiota apareció, esta familia a tenido sus bajones. Bajones creados por el imbecil de Leo, quien se cree el nuevo amo del mundo estos días-
-Si tanto crees eso, pues lo seré. Si quieres un otro yo, lo haré. Lo único será que te arrepentirás-, le dijo una voz detrás de los tres hermanos menores; una voz llena de odio y un poco de dolor. Este había sacado uno de sus Katanas y apretaba el mango con todas sus fuerzas.
-Se que me habéis seguido antes, y seguramente nos habréis oído en el dojo. Lo que vosotros no sabéis, ¡es en lo que estoy pasando ahora mismo! ¡Sois tan IDIOTAS, que no reconocéis lo que está pasando alrededor vuestra!-, un tic se había propiedad el ojo izquierdo del de azul, que se había puesto totalmente negro, ni rostro de Iris, blanco o el color azul que reinaba siempre en ese ojo izquierdo. Las pequeñas marcas que había notado antes el padre de las tortugas, se habían hecho más grandes y largos; rodeando su brazo, también del lado izquierdo, y una sonrisa de maldad solo se representaba en el lado del labio izquierdo. Entonces, empezó a correr contra sus hermanos, que por el paralelismo que cayeron al ver la pequeña transformación del lado izquierdo de su hermano, no actuaron a tiempo. El primero en caer fue el más pequeño, quien fue estrellado contra la pared; después fue el más alto de los cuatro, que fue tirado contra su mesa de madera, quien lo rompió al impacto, y como el otro menor cayó inconsciente. Luego fue el más rudo, que en su turno si que reaccionó y sacó sus sais para bloquear el ataque; miro a los ojos de su hermanos de dos colores diferentes. El de negro miraba con odio y malicia hace él; en cambio el de color azul, el que le pertenecía a su verdadero hermano, miraba con culpa, tristeza y miedo. Hasta el punto que cayó una sola lágrima, producido por el ojo azul; en ese momento el de rojo sintió culpa, pena y pensó en el dolor que estaba haciéndose su hermano. Entonces algo veloz, de color negro, pasó por el cielo, y chocando contra la cabeza del de azul, que cayó inconsciente al suelo; tras el cuerpo del líder, se encontraba una chica de cabello largo, morado y negro, con unos ojos morados a juego. Con una sartén en sus manos.
-¡Le has noqueado con una SARTÉN!-, grito sobresaltado el de rojo.
-No tenía nada más en mano, y pude sentir la rabio, odio y dolor de Leonardo. Y sabiendo de lo que puede ser capaz, elegí la cosa más cercana-, le explico, con las manos en inocencia, además de estar levantando la sartén.
-Una SARTÉN. ¿Qué pasa con tus poderes de bruja?-, pregunto el propietario de los sais.
-No pensé con claridad ¿feliz? Y si fuera tú me dirías las gracias, te he salvado de haber muerto. Además yo tampoco le enfadaría, no está en sus mejores días últimamente-, le dijo mientras le apuntaba con el objeto de cocina.
-Sí, desde que aparecisteis en nuestras vidas-, le respondió cruzado de brazos, el que miraba con odio a la chica.
-Sabes, nunca me vas a caer bien-, le explico la joven bruja.
-Lo mismo va por ti-, le respondió la tortuga que había sido salvado, por la persona que odiaría tanto como un enemigo.

El lado que escondemosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora