capítulo 17

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Pasó un mes desde que me fui al pueblo. Una señora mayor muy amable me dio un techo y afirmaba conocer lo que yo era, ya que ella misma lo era y tenía un sobrino licántropo que vivía con ella.

No la creí hasta que conocí a Sean, su sobrino, y se transformó frente a mí. Fueron muy amables conmigo al acogerme y darme comida y techo.

Yo por las noches lloraba y abrazaba el peluche de lobo negro que Addy me regaló. Aún extrañaba a Cole y odiaba a aquel alfa que me quitó mi pureza. Tenía pesadillas con ese día y aún no lo superaba. 

Aquel día desperté como siempre por la yaya -así la llamábamos Sean y yo- que me decía que había que desayunar ya. Me vestí con unos jeans blancos rasgados y una camiseta negra por dentro de éstos. Me calcé en las Vans de Addy -que jamás tiraría por muy viejas que estuvieran- y me cepillé el pelo. Allí había descubierto el maquillaje, así que me pinté una raya por arriba del ojo como era habitual en mí. Bajé las escaleras de la pequeña casita de madera de la yaya y me senté en la mesa tras saludarla.

—Aquí tienes tu plato cielo —sonrió.

—Gracias yaya —agradecí con una risita. Siempre hacía lo mismo para desayunar; gofres con chocolate caliente. Además se acercaba el invierno y sentaba genial.

—Buenos días —saludó Sean medio dormido.

— ¡Hola mi niño! Hoy vas tarde, ¡hasta Gia se levantó primero! —regañó la yaya.

—Perdón yaya, estaba agotado —rió ligeramente.

Sean trabajaba como policía en el centro comercial y tenía que ir a las siete de la mañana -sí, tan pronto me levantaba-.

Cuando Sean se iba yo quedaba con la yaya y la ayudaba a limpiar la casa, después salíamos al huerto y lo arreglábamos y cuidábamos. Cuando terminábamos la yaya me daba dinero para ir al centro comercial y tomar algo, además de que me hacía llevarle unos bollos a Sean para que comiera allí. 

Aquella mañana tras realizar mi rutina y volver a casa, sentí un fuerte golpe en el pecho. Al instante supe que era por mi mate. Me dolía estar alejada de él, así que cuando comí con la yaya la dije que iría a dar una vuelta y me fui al bosque.

Cuando pisé de nuevo aquella tierra me sentí a gusto y tranquila. Caminé por él observándole de nuevo y sonreí cuando llegué al claro. Seguí recto y llegué finalmente a la manada Luna de Cristal. Todos los hombres trabajaban llevando cosas de aquí para allá y las mujeres estaban hablando entre sí. Me alegré al ver que Mareline había traído un niño al mundo y me quedé ahí observando. Mi loba estaba histérica de estar cerca de mi mate nuevamente. Cuando puse un pie dentro de la manada todos me recibieron entre abrazos y sonrisas, sin embargo yo caminé hacia aquella chica que me miraba con sorpresa desde la que había sido mi casa. Corrí hacia ella y la abracé con fuerza sintiéndome como en casa.

—Addy... —murmuré.

—Gi —sollozó.

— ¿Cómo has estado? —sonreí levemente.

—Te eché mucho de menos, mejor amiga —dijo triste.

—Yo a ti también. Lamento mucho no haber venido antes, me instalé en el pueblo y... —comencé a explicar, pero Addy me cortó.

— ¿Te instalaste en el pueblo?

—Sí. Me fui de la manada y una señora muy amable llamada Luz me acogió en su casa. Tiene un sobrino, Sean, y los dos son licántropos. Vivo con ellos y enserio es genial, tienes que conocerlos —reí.

— ¿Gia? —escuché que decían. Me volteé y observé a Lucas. Su rostro había cambiado ligeramente en el último mes; se le veía más maduro y estaba más guapo. Eso en cierto modo me entristeció porque cuando un licántropo se acostaba con alguien por primera vez su cuerpo cambiaba ligeramente. A mí, por desgracia, después de que aquel hombre me tomara me crecieron los pechos y me aumentaron ligeramente las curvas y el trasero. Mi rostro seguía siendo el de una niña adorable pero algo más maduro— ¿Qué haces aquí?

—Solo quería ver a Addy. Lamento demasiado si molesto, yo... —comencé nerviosa.

—No, no pasa nada —me cortó. Le miré sorprendida a la vez que se alejaba y mi loba estaba entre triste y feliz.

— ¿Puedo ir a pasar esta noche contigo, Gi? Quiero conocer a esa señora que te acogió, parece maja —sonrió.

—Si Lucas te deja no creo que haya problema. Dormiremos en la misma cama, si no te molesta.

—Claro que no. 

— ¿Lucas?

—Está bien, que vaya. Pero mañana por la mañana la quiero aquí, ¿vale? —pidió. Asentí aún asombrada y esperé a que Addy recogiera sus cosas.

Nos despedimos de todos y fuimos al pueblo. Entramos por la calle de la casa de Luz y Sean -también mía ahora- y cuando entré dentro la yaya me abrazó feliz.

—Me habías preocupado cielo —sonrió. Posó su vista en Addy— ¿Quién es tu amiga?

—Esta es Adelaide, yaya —reí ligeramente.

—Encantada, Luz —dijo Addy dándole dos besos.

— ¡Oh! Bienvenida, pasad, pasad —rió la yaya.

Pasamos la tarde viendo vídeos de cuando la yaya era pequeña y comiendo palomitas. Eran las diez de la noche cuando Addy se tensó y miró fijamente a la puerta por la cuál Sean entró y miró a Addy.

Addy se levantó y caminó hacia Sean, quien a su vez caminó hacia Addy.

—Mate; mía —gruñó Sean atrayendo a Addy hacia él.

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