Gía es una mujer lobo sin manada que, perseguida por el peligro, termina en la manada de Lucas y descubre que él es su mate. Atemorizada, Gia decide ocultar su olor de él y pasar desapercibida como una simple loba más.
¿Logrará su cometido o será d...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
GÍA.
No se escuchaba ningún otro sonido aparte de mis jadeos. Mi mano apretaba mi pierna con fuerza para tratar de calmar el dolor, sin éxito. Unos minutos antes estaba siendo perseguida por un cazador y, con el fin de escapar con vida, decidí saltar por un precipicio y tratar de llegar al otro lado. Por si la caída no hubiera sido suficiente, el cazador había apretado el gatillo segundos antes, disparándome e hiriéndome en la pata que ahora era mi pierna.
Tras varios intentos de ponerme en pie, a la tercera fue la vencida. No podía dejar de preguntarme una y otra vez cómo había podido ser tan necia de saltar, así que sacudí la cabeza para alejar ese pensamiento y me transformé dolorosamente en mi loba. Debido al fuerte dolor que estaba sintiendo me fue imposible correr, por lo tanto me limité a caminar a paso lento y pausado.
Estuve caminando varias horas; ya había anochecido cuando, como un milagro del cielo, encontré un árbol que cubría gran parte de la hierba que se encontraba tras él. Me acerqué, emocionada, y me escondí bien antes de cerrar los ojos deseando que todo terminara lo antes posible.
Cuando desperté estaba todavía en mi forma lobuna. Agradecí mentalmente no tener que volver a pasar por ese doloroso proceso y me levanté del suelo, notando cómo mi pata comenzaba a dejar de sentirse como tal. Ese día caminé y caminé sin cesar, aullando en desesperación por algún lobo que me ayudara que nunca llegó. Mi peludo cuerpo no pudo más y, en contra de mis mandatos, mis huesos se re-colocaron de forma brusca y mucho más dolorosa.
Sabía que nadie oiría mis aullidos de ayuda; no lo habían hecho antes y no lo iban a hacer ahora. Era algo que, con el tiempo, aprendí. Si no eras parte de una manada, como era mi caso, podías olvidarte de recibir cualquier ayuda que necesitaras. Toda mi vida supuse que se debía a nuestra parte humana, pero si observabas el comportamiento de un lobo normal y corriente era lo mismo.
Finalmente llegó el día en que me di cuenta de que quien me había disparado no era un simple cazador sino un cazador de licántropos (o hombres lobo, como queráis llamarlo). La herida comenzó a supurar y a escocer tanto que sentía cómo mis habilidades lobunas se iban alejando de mí. Me habían disparado con una bala de plata y, según lo que había escuchado, tenía cuatro días para encontrar una solución o mi parte lobuna moriría llevándome a mí consigo.
El miedo se apoderó de mi cuerpo por completo: ¿cuánto había pasado desde que me dispararon? Efectivamente, tres días. Si no encontraba ayuda rápidamente estaba condenada a morir en completa agonía.
Mi padre me explicó de pequeña que, cuando tu lobo moría, tú morías con él debido a la lucha constante del cuerpo tratando de completarse con algo inexistente. Desgraciadamente lo primero en morir no era el corazón o el cerebro sino el estómago adaptado y, a continuación, el resto de los órganos más cercanos. Me contó que podías notar cómo luchaban por sobrevivir, por adaptarse al nuevo cambio en tu cuerpo. Era aterrador.