Gía es una mujer lobo sin manada que, perseguida por el peligro, termina en la manada de Lucas y descubre que él es su mate. Atemorizada, Gia decide ocultar su olor de él y pasar desapercibida como una simple loba más.
¿Logrará su cometido o será d...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Era de madrugada. Unas nueve horas habían pasado desde el anuncio del alfa y toda la manada se encontraba alerta y preparada para luchar.
— ¿Se sabe algo de la manada del Hierro? —pregunté con un hilo de voz. El alfa posó su penetrante mirada en mí y frunció el ceño— No es por molestar, yo solo...
—Estoy esperando. Sé que la situación es desesperante y que toda la manada se encuentra alerta, sin embargo, yo avisaré de su llegada si es que la hacen —respondió con seriedad—. Vosotros podéis ir a descansar —dijo mirándonos a Adelaide, su hijo y a mí.
Definitivamente había juzgado mal; al contrario de mis deducciones el alfa era una persona seria, estricta y dedicada, pero no mala.
Adelaide y yo nos retiramos a su cuarto y, sin poder dormir, pasamos un buen rato conversando acerca de la manada que se supone atacaría esta noche. Por lo que entendí ambos alfas habían sido amigos de jóvenes y, debido al territorio, se convirtieron en enemigos de la noche a la mañana. Los lobos eran así con las tierras: sin ellas no serían nada así que las protegían con su vida.
No quise preguntarle por qué su hermano se había quedado junto al alfa, a la espera. Simplemente supuse que, como sucesor, hacerlo era su deber. No me dio tiempo a pensar mucho más ya que un estruendo resonó por todo el lugar y los gritos de los miembros de la manada se hicieron presentes en segundo: la manada del Hierro había llegado.
Bajé las escaleras a gran velocidad junto a Adelaide solo para encontrarnos con el salón vacío; ni el alfa ni su hijo se encontraban en él.
—Iré a mirar por la casa —dijo mi nueva amiga. Podía ver el temor de que les hubiera pasado algo en su mirada, así que no me negué y asentí.
Mis pies se movieron solos hacia fuera, dejando que la fría noche me abrazara y la luna sonriera. Estaba asustada, no iba a negar lo evidente, pero quería ser útil como nuevo miembro. En todo lo que llevaba desde mi primera transformación jamás había estado en una pelea así.
Miré bien por los alrededores de la casa del alfa mientras los gritos y gruñidos se hacían más y más fuertes en mis oídos, claro indicador de que el ataque había comenzado. Pensé que el alfa ya habría llegado al centro del territorio así que decidí acercarme al resto de personas y ayudarles, pero unas garras acariciaron mi cuello y me estremecí en el sitio, congelada.
— ¿Hueles eso, Drew? —preguntó una voz rasposa detrás mía— Es sangre nueva en esta manada. No tiene casi nada de su olor.
Una nariz se apegó a mi cuello, oliendo mucho más de cerca y provocando que mi cuerpo diera un pequeño sobresalto por la frialdad de esta.
— ¿Y si la matamos primero? No parece muy... ágil —repitió la misma voz. Por su tono autoritario supuse que tenía algún puesto importante en la manada, aunque no el más alto; no era el alfa.