epílogo

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El muchacho se maldijo mentalmente mientras notaba el dolor en su pecho. Estaba histérico mientras que, seguido por su manada, buscaba a su mate con desesperación.

Y eran ya cuatro días desde que había notado tal pinchazo en el pecho; y eran ya cuatro días desde que escuchó a su mate, Gia, gritar de dolor.

Lucas corrió con más velocidad al notar su olor cerca. Su olor mezclado con sangre.

Se alteró más de lo que ya estaba, si era eso posible, y corrió tan deprisa que parecía que volaba sobre el bosque. Su corazón se encogió cuando vio su pequeño cuerpo desnudo tirado en el suelo. Un hombre la sujetaba con la cabeza gacha.

— ¡Eh, tú! —gritó Lucas— ¡Apártate de mi mate!

—Soy su hermano —dijo el chico en un susurro casi inaudible. Entonces Lucas se temió lo peor y, en lo que llegó a ella, se dejó caer al suelo sosteniendo su rostro.

— ¡Gia! —gritó Lucas— ¡Gia responde! —chillaba una y otra vez meneándola. La chica abrió sus ojos, claramente débil.

—Lucas —sonrió con la voz rota—Lo siento —tomó su mano. La de ella estaba fría y Lucas no pasó ese detalle por alto—Siento... no poder pasar mi vida contigo —se disculpó mientras unas lágrimas recorrían su rostro. Lucas sollozó con fuerza, apretando su mano.

—No —pidió— ¡Gia, no! ¡Te vas a poner bien, solo tienes que venir conmigo y...! —gritaba histérico, pero ella le colocó el dedo indice en los labios como pudo.

—Lucas —le llamó—No puede ser. Me dispararon con una bala de plata —hizo una pausa, cogiendo aire—Hace cuatro días. No aguantaré —murmuró triste.

— ¡Aquí tiene que haber una manada! —gritó mirando al hermano de su mate— ¡Por favor ayúdame a llevarla, no perdemos nada por intentarlo! —suplicó con las lágrimas cayendo al suelo como una verdadera cascada. El chico asintió y juntos cogieron a Gia, corriendo hacia la manada que Daniel dijo.

Entraron y todos se quedaron mirando.

— ¡Un sanador! —gritó Lucas— ¡Un sanador, por favor! —cayó al suelo sosteniendo a Gia—Aguanta... amor, aguanta, por favor, te lo ruego —sollozó hundiendo su rostro en su cuello.

— ¿Qué ocurre? —apareció un hombre.

— ¡Sálvala, por favor, sálvala! —pidió histérico.

—Lu... Lucas —susurró Gia. Le tomó la mano y le miró con una sonrisa triste mientras las lágrimas deslizaban por sus mejillas— Te... amo —dijo depositando un suave beso en los labios de su mate.

—Gia —dijo Lucas histérico abriendo mucho los ojos— ¡Gia, no! ¡No cierres los ojos! —sollozó en súplica. El hermano de Gia la tomaba de la otra mano con fuerza mientras lloraba en silencio— ¡Por favor...! —se quedó en silencio viendo como su pecho dejaba de subir y bajar.

Ella ya no respiraba.

— ¡Gia! —gritó Lucas, derrumbándose en el suelo. Se llevó la mano fría y sin vida de su mate a la mejilla y mientras lloraba, rogándole a Dios porque le devolviera lo que más quería. Porque le devolviera a Gia.

Porque le devolviera su vida...

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