Capítulo 1

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Época de la gran Tenochtitlan...

-Vamos padre, tienes que ceder en esto. Los dioses solo bendicen a los mejores guerreros con la manipulación de algún elemento para la guerra- dijo Iztaccíhuatl a su padre quien se encontraba sentado en la sala del consejo.

-No. Ya hemos hablado de esto. Tú eres una princesa y estas destinada a un matrimonio. Jamás permitiría que una hija mía estuviera en semejante peligro.

-De eso se trata ¿no es así? De que tu preciado trato no se rompa- lagrimas comenzaron a descender del rostro de Iztaccíhuatl- Sé que tengo un compromiso con nuestro pueblo, pero ¿puedes darme al menos la oportunidad de probarte mis capacidades?

-Hija, haz vivido toda tu vida rodeada de lujos y comodidades. ¿Cuáles son esas capacidades que planeas mostrarme? ¿Cómo seducir a cada joven que pasa a lado de ti? Lamento informarte que eso lo heredaste de tu madre.

-No seas tan duro con ella- interrumpió la madre de la princesa- Ella solo tiene curiosidad por la vida. Pero en esta ocasión apoyo a tu padre. No creo que sea adecuado que una princesa esté cerca de instrumentos de guerra y mucho menos de guerreros tan peligrosos. Además no creo que a tu futuro marido le agrade que su pareja tenga control de un elemento. Quedamos que eso se mantendría en secreto. ¿Cómo crees que reaccionaria al saber que tu posees el control de un elemento y el no?

-El compromiso no se realizaría-contestó Iztaccíhuatl, sabiendo las consecuencias de tal información.

-Bien, entonces no hay más que hablar-dijo su padre.

Iztaccíhuatl salió corriendo de la sala del consejo y no se detuvo a esperar a ver si su guardia o su doncella la seguían, aunque no tenía que analizar mucho para saber que se encontraban a unos metros de ella.

Así debía ser.

Cuando llego al lago se dejó caer de rodillas en el pasto, provocando una pequeña cortada en su rodilla, pero eso no le importo. Sus emociones eran tan fuertes que provoco una pequeña llovizna en toda la ciudad. Al darse cuenta que su vestido estaba completamente mojado y que se le adhería al cuerpo llamo a su doncella.

-Quetzalzin, ¿puedes venir un momento?- dijo hacia los arboles donde su guardián y la doncella estaban esperando por ella.

El guardián no tenía permitido ver en dirección a la princesa mientras ella estaba en el lago pues no había mucho que ocultar con los vestidos que se transparentaban por el agua. Por eso su doncella siempre cargaba un vestido extra para cambiarla cuando terminaba de nadar, pero como en esta ocasión no se había planeado un visita al lago, no tenían vestido de repuesto.

-Necesito que regreses a mis aposentos y traigas un vestido. Lleva contigo a Akumal, por ley no puede estar solo conmigo-explicó con autoridad.

Desde los árboles se escuchó la voz de Akumal replicar en desacuerdo.

-Por ley tampoco puede estar sola princesa. Esto nos pone en un dilema. Si su padre se entera que se quedó sola por unos minutos, mi cabeza será la siguiente en la fila de sacrificios.

-No te preocupes por eso, Quetzalzin no va a delatarte y tampoco lo haré yo. Así que es mejor que se apuren pues si alguien llega a verme en este estado es posible que el matrimonio no se celebre.

Ninguno de los dos dijo nada más y se encaminaron por las prendas.

Iztaccíhuatl decidió quitarse las joyas de jade y oro que adornaban su vestido y se quitó la primera capa de telas que la distinguían como la princesa de la ciudad. Al estar solo en su vestido blanco se dirigió al lago y se metió.

Eterno AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora