Capítulo 3

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Popocatépetl tenía un mal presentimiento con la reunión que celebraría ese día. Su segundo al mando le pidió que fuera muy cuidadoso pues habían llegado rumores de que guerreros mayas estaban en el lugar.

Tenía tanto en lo que concentrarse y lo único que estaba en su mente era el beso que Iztaccíhuatl le había dado, estaba casi seguro que ese había sido su primer beso y eso no ayudaba mucho en olvidarla.

-¿Estás listo?- preguntó su segundo al mando desde la puerta de su habitación.

Se había puesto su traje de gala. Sus hombreras y taparrabos están adornados con las piedras y bordados que solo la realeza usaría y su capa era la que más le gustaba por los intricados diseños. Resalto los tatuajes de su torso y tomo el penacho que su padre le había regalado cuando entro a las fuerzas elite de su pueblo.

-Estoy listo.

Cuando llegaron al palacio, observaron la grandeza de las pirámides del sol y la luna. La segunda se dice la habían construido para la hija del gobernador a quien nadie conocían. Un sequito de guerreros los recibió a la entada y los condujeron hacia el palacio principal.

El gobernador los esperaba en el salón principal rodeado de sus mejores guerreros.

-Bienvenidos sean. Espero que entren a este recinto con las mejores intenciones, de no ser así saben que la muertes es lo que recibirán a cambio- hablo el gobernador.

-No tiene de que preocuparse, estamos aquí con las mejores intenciones y tengo a los dioses como testigo- contestó Popocatépetl.

-Eso espero. Tomen asiento por favor- Así lo hicieron el príncipe y los guerreros Tlaxcaltecas- Antes de comenzar, quiero que conozcan a mi hija la princesa Iztaccíhuatl, prometida del príncipe maya.

La sangre del guerrero se helo al oír ese nombre. En su encuentro la chica se había nombrado de esa forma, pero ¿la princesa? ¿Podía ser el destino tan cruel?

Todos sus guerreros se voltearon a ver a la hermosa chica de ojos lila que entraba a la sala. El giro su rostro lentamente sabiendo lo que se encontraría. A su lado iba la diosa Xochiquetzal y ahora que la observaba bien, comprendía de donde habían salido esos ojos tan seductores. El había escuchado rumores que el gobernador de Teotihuacán había tendido un amorío con la diosa, pero todos lo tomaban como un simple "rumor". Ahora sus ojos confirmaban que no solo era cierto, si no que su amor había tenido como resultado una hermosa hija.

Cuando ella lo miro detuvo su paso. Su madre la observo y después a él, tomo la mano de su hija y la dirigió a su asiento. Él supo que no era del agrado de la diosa, pero no podía hacer nada al respecto.

Se veía tan hermosa con el atuendo que llevaba.

-Veo que ha caído por belleza de mi hija-dijo el gobernador- pero lamento decirle que ella ya tiene un compromiso que cumplir desde su nacimiento. Usted hubiera sido una muy buena opción sin duda, se de buena fuente que es de los mejores guerreros de toda la región incluida la mía y que incluso fue bendecido con el don del fuego.

En ese momento sintió la mirada de la chica. Al ver que lo miraba como si fuera un completo extraño, pensó que quizá así era pues no se conocían de nada. Ella era una princesa y el un guerrero elite quienes compartían en común un beso y algunos momentos fugases, pero había algo más que seguía empujando su corazón a ella.

-Su hija es muy hermosa y respeto que este comprometida- no podía decir otra cosa. Había acudido a ese sitio a hacer un tratado de paz. No podía salir con una guerra encima y con una de las ciudades más fuertes.

Eterno AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora