ARRANCANDO MOTORES

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N/A: Sabado, poco más de las diez, siento el retraso.

Gracias por vuestros comentarios. De verdad, mil gracias por los ánimos.

Por supuesto gracias por seguir la historia.

Para Sofía. Por arrancarme sonrisas con esa ingenuidad infantil. Eres la mejor sobrina que se puede tener.



Fort Meade, Sede de la NSA. Annapolis, Washington.

Él no podía negarse a nada de lo que Katherine le pidiese, aunque con ello se jugase que le pillasen sus superiores metiendo las narices en temas que no le correspondían, y menos llevando tan poco tiempo en la agencia como llevaba. Pero sentía que se lo debía. Al fin y al cabo gracias a ella había vuelto con su mujer y su hijo, y ahora mismo Aaron se sentía en deuda con ella. Le había hecho recapacitar y valorar a su familia cuando ya lo daba todo por perdido. Y ahora era de nuevo feliz gracias a ella.

Por eso y porque quería ver a su excompañera al lado del hombre que se había adueñado de su corazón, lo haría. Sonrió al acordarse de las veces que había tenido que despertarla en mitad de una pesadilla mientras ella llamaba al escritor en sueños. Tomó la fotografía de su mujer con su hijo en brazos y la acarició con el pulgar. Nunca más renunciaría a ellos por un trabajo.

Iba a ser muy complicado encontrar al escritor. Buscar al agente Alexander Dreyer, conocido como "el cazador", era una tarea difícil y Aaron lo sabía muy bien. Se puso manos a la obra, la NSA debía saber dónde estaba el valorado agente de la CIA, y si no, ya tiraría como en otras ocasiones, de contactos. Se concentró y comenzó a abrir programas y teclear como un loco...

Edificio Hoover. Sede del FBI. Washington.

El subdirector Freedman no confiaba en los psicólogos, por muchos títulos que tuviesen. No obstante no le quedaba otra que acatar las órdenes que le llegaban desde arriba, estuviese o no de acuerdo con ellas, y el psicólogo había cursado una orden directamente a su superior y no a él, y eso le dejaba fuera de juego para poder rebatir la decisión de acabar con el contrato de su agente. Tendría que hablar con aquel muchacho recién salido de la facultad de psicología para que, en el futuro, no volviese a hacer las cosas así de mal.

La agente Beckett le parecía una profesional altamente cualificada, que había desarrollado su trabajo durante los últimos meses obteniendo resultados muy notables. Para él, que la agente hubiese dejado sin resolver dos de los últimos casos encomendados carecía de importancia. Su nivel de efectividad era extraordinario y analizando sus trabajos lo relacionó con el cansancio y la adaptación a su nueva ciudad, supuso además que echaría de menos a su familia y amigos. Era algo normal que les ocurría a la mayoría de los agentes los primeros meses, lo insólito era que únicamente hubiese fallado en dos, de los más de treinta casos que había llevado.

Y ahora, sentado en su sillón no le quedaba otra que mirar a la nada mientras reflexionaba sobre lo que acababa de pasar. No sólo le había fastidiado tener que decirle a uno de sus mejores fichajes que tenía que abandonar su departamento, si no que además, la agente Beckett se había negado en rotundo a aceptar un nuevo destino en otro departamento, había firmado el documento que rompía su relación laboral con el departamento y le había informado que abandonaría su puesto y la agencia en una semana, tal y como figuraba en una de las malditas cláusulas que el departamento de recursos humanos había redactado por si se daba un caso así, y en las que por ningún lado ponía que se le asignaría un nuevo puesto de trabajo. Además, la agente le había informado que se tomaría el resto del día libre.

Poco más que a Freedman se le había descolgado la mandíbula al comprobar que el FBI estaba dejando escapar absurdamente a la agente. Era un fallo garrafal por parte de recursos humanos.

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