A mi abuela Virginia

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Caracas, 1960

La vi desde la puerta del cuarto, ese día sí estaba triste, entonces me miró, sus ojos regresaron de la ausencia y del vacío, como si solo hace poco que juntas escapábamos llevándome de la mano hasta el bullicio del mercado o a la frescura de una playa y entonces, los caramelos escondidos eran todos para mí.

Su mano temblorosa se paseo por mis cabellos, por mi brazo, por mi lágrima para caer de nuevo extenuada sobre la sábana, su boca muda por tantos días me regaló una sonrisa desdentada como de niña y volvió a su meditar y a la férrea voluntad de no querer partir.

Volví, y mi voz la extrajo del letargo de los ojos entornados, de su respiración mas lenta, del sudor frío y del vahído, yo sabía que no quería partir.

Pasó el tiempo y un día regresó y en la noche se metió en mis sueños, caminamos, comimos mamones y mandarinas, me regaló una bomba roja que se escapó hacia el infinito, un caramelo de palito, algunas melcochas. Mi antojo de niña se posó en una Cayena que ella colocó en mi pelo y yo la obligué a jurarme que siempre me llevaría con ella, entonces comprendí su no querer partir.

Cuando la tierra se abra también para mi, correré a tu encuentro como si nada hubiera sucedido desde que partiste.

Cartas de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora