Maria

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Para extrañarte, inhalo. Entonces te abraza el pensamiento, se ciñe a él tu precioso volumen, incluyendo esa sombra que tiende a imitar a ese cuerpo.

Párpados cerrados. Te veo. Tu respiración es cierta, tan cierta como el pálpito del océano. (Te pareces a la palabra *siempre.*) Tu desnudez flamea, yo allí me mezo. Tus ojos tienen su caudal en el cielo. (Allá, casi sabes que te pienso.) Boca. En tu boca pronuncio un beso. Mi amor insiste, sólo contigo. Somos un piano y un violín derritiendo el silencio. En este punto puedo concebir tus senos, dos suaves ardientes gritos de tu pecho.

¿Sabrás que tus pies embriagan mis dedos? Qué importa, no quiero romper el misterio. Si duermo – ¿soñar en el sueño?– en tu rostro despierto. Aquí estás, estabas, estarás. Puedo hundirme en el hálito de esa boca, como el poniente se hunde en la tarde: anaranjado concierto. Alma. Oigo tu alma, sonido de luz serena. Eres mi diosa recobrada. (Como toda diosa, has surgido de la nostalgia.) De pronto, exhalo, y te extraño todavía: me recobra tu ausencia.

Carlos.

Cartas de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora