Amor de boleros

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Caracas, 20 de febrero de 2007

Estimada, querida, apreciada…Inolvidable Yolimar (¿se escribe así?). Perdona, pero hasta el sol de hoy no he aprendido a escribir acertadamente los nombres conjugados mediante las primeras sílabas del origen maternal y el paternal. Continuando mi escrito y después de razonar concluí que esa cierta ligereza que nos ocurre, es producto de la falta de dominio en el terreno de las instituciones o tal vez una ocultación consciente de la personalidad…
De cualquier manera ya poco importa, si la razón de mi alegría (a corto plazo) fuiste tú.

“Me importas tú y tú y tú y nadie más que tú… y solamente tú”, (*1).

Ese bolero me sorprendió, rebotando en cada hemisferio de mi cabeza… adivinó el latir de una nueva aventura, hasta entonces incierta.

Una semana posterior a la dicha de haberte conocido, continuaba especulando sobre cómo emprender el ataque, el abordaje, el acto de seducción… por lo que –entre otras acciones- apresuradamente leí un libro sobre estos menesteres que me facilitó un buen aliado (amigo), buscando la pócima sagrada que me arrimaría a tu orilla. Sin embargo, creo fue más apropiada la afinidad que descubrimos el uno y el otro por el bolero, ese ritmo del cual hoy día no se habla, y cuyas infinidades de letras constituyen un antídoto o una guía en los momentos sublimes, afectivos, mimosos o todo lo contrario.

“Se despertó mi esperanza, vuelvo a sentir la fragancia, florece mi amor, tu alma es mi gloría” (*2)

Me dijiste en una oportunidad que existe el primer día y también el último, cuando en la relación de una pareja, el motor que empuja el apego nos falla, se recalienta y se funde por equívocos o inercias. No obstante, aquel día (el primero) fue un acierto Yolimar. Sonreíste; desprendiendo cada palabra con exquisito deleite, para confirmarme que no tiene sentido la estupidez humana acerca de la paridad de géneros que etiqueta a la gente según la conveniencia.

Hoy, mi retentiva asoma aquella imagen cuando sacudiste tu cabello intenso, reajustaste tus bluyines y lograste sacarme de mi trayectoria espacial con el agitar de la breve blusa que resguardaba las órbitas de eso dos últimos astros descubiertos.

Más tarde, sin tanta programación, salimos en compañía de amigos mutuos, pertenecientes a la escuela de Ingeniería de mi desconsolada Universidad Central.

“Reloj no marques las horas, porque voy a enloquecer, ella se irá para siempre, cuando amanezca otra vez”.(*3)

Traspasamos el establecimiento apertrechado por caras de recuerdo y olvido. Yo aguardé que tus labios turbadores musitaran algo y apagaran aquel bullicio confundido entre telarañas de humo, “Un roncito con 2 cubitos de hielo, coca cola y limón… ¡Ah! Y me le pones un toque de amargo de angostura”, le dejaste colar al bartender, y él, aguijoneado por tu carácter, se volvió una locomotora. Pero que cosas tiene la vida, la vida, la vida.

Te pregunté sobre gustos y amenidades, para ver como silbabas cada frase pronunciada en el ensueño de la noche. “Debes ir despacio”, me dije mentalmente; como manda la ley o mejor dicho el libro que cité al principio. Miré el reloj como excusa y con no poca diplomacia, mientras ajustaba mis lentes ovalados a lo Harry Potter, dije: “otro roncito por favor”,”Lo mismo para la dama”,”otras birras para mis amigas y algo de picar”. Todos tenían ojos para ti, pero los míos, Yolimar, no mentían desde que calcé los puntos en el cafetín de la Universidad. El calor –no sé si del lugar o producto de los rones “Santa Teresa”- subió la temperatura, dando cabida a una sesión de baile. Mi cuerpo delgado contrastaba con tu imponencia; tu balneario alucinante ¡Que importaba! Era el hombre más feliz del lugar y sus adyacencias. Para impresionarte – y gracias al cursito de salsa casino que recién había finalizado – desplegaba mis aires acrobáticos. El sonido oportuno de una bachata nos detuvo y nos juntó en una fusión de bálsamos… de respiración entrecortada… de mi rostro calado en tu cuello invocando eternidad.

“Agua que cae por la madrugada arrópanos al amanecer moja la pausa y luego déjanos ser…”(*4)

No recuerdo en que momento crucé (cruzamos) los límites sospechados y aunque el mundo me daba vueltas, arribé a tu puerto para anclar mis besos y en tan breves instantes, reconocer nuevamente tu piel, parecida a un destello de fin de año.

“Abrázame así que esta noche yo quiero sentir de tu pecho el inquieto latir cuando estás a mi lado” (*5)

Éramos pureza extrema… sencillez calculada. Una  refinada síntesis del destino. Bueno, tocado por cupido eso pensaba yo en mi digresión. Quizás estábamos destinados a no amarnos por causas de honor o convenciones. El día después fue el más difícil; una llamada a tu celular me confirmó mi ingenuidad y me sacó de la confusión corroborando una sospecha; me tomé las cosas muy a pecho; en cambio tú Yolimar, estabas clara desde el principio, no había amor, ni querías compromiso. Ahora no creo en lo relativo; menos en los manuales de autoayuda. Tampoco tengo claro si la intuición es mi mejor brujula en cuestiones de amor. Probaré – o como dice al dicho, escarmentaré- hasta lograr conjurar mi dolor. Perdona si escribo de este modo: es el despecho que sobrellevo junto a estos “cds” de boleros y este roncito, que ahora me lucen inseparables.
“Nadie comprende lo que sufro yo, canto pues ya no puedo sollozar… Mujer, si puedes tú con díos hablar, preguntale si yo alguna vez te he dejado de adorar”. (*6)

Autores de las letras (Boleros)

(*1) Bobby Capó

(*2) Rolando Rabí

(*3)Jorge Zamora

(*4) Juan Luis Guerra

(*5) Roberto Cantoral

(*6)Mario Clavel

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