Peter Pan y Ulises

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Por César Márquez

Recuerdo el día que me convertí en adulto. La escena parecía sacada de la más cruda de las tragedias griegas, tu agonizando y cediendo lentamente entre mis brazos, y contigo mi niñez, mi adolescencia y todo lo que hasta ese momento era.

Fue un momento triste, sin duda, pero prefiero rebobinar un poco la película y sacar del armario de la memoria los ratos felices, las alegrías que sumadas me hacen pensar lo feliz que fui contigo.

Era apenas un niño cuando llegaste a casa y desde que te vi, sabía que serías alguien especial en mi vida. Tú eras un cachorro temeroso, en un nuevo hogar, pero poco a poco te enseñé a perder ese miedo y me tomaste confianza, cariño.

Los juegos contigo eran cada tarde, yo corría por la azotea de la casa y tú me seguías, aparentemente no había nada que te cansara y ¿yo?, Bueno, yo si me cansaba, al final la carrera se saldaba conmigo en el piso cansado y tu lamiéndome la cara.

Fui creciendo y aunque el reloj biológico no se detenía en ti, tu ímpetu era el mismo, estoy seguro de que si Peter Pan existió, se parecía a ti, un eterno niño. El que si había cambiado era yo, ya las preocupaciones eran otras, los estudios, las novias, mi primer trabajo y siempre estabas ahí. Bastaba que me sintiera mal y me acostara para sentir que estabas ahí al pie de la cama, velando mi sueño.

Las alegrías también eran compartidas, como cuando quedé en la universidad y empecé a dar saltos de la alegría y tú conmigo, o cada vez que me traías tus juguetes para que corriéramos como en los viejos tiempos.

El reloj siguió avanzando y un buen día nos encontró, yo hecho un hombre y tu, mi compañero de infancia, un anciano de espíritu joven, pero ya sin fuerza. Y una noche comenzaste a agonizar y perdiste la batalla, entre mis brazos, en la misma azotea que tanta alegría nos dio, ahí supe que se había ido mi niñez y que era un adulto, a veces la realidad nos alcanza bruscamente.

Han pasado años Tony y aun duele recordar algunas cosas, pero más son las alegrías que me da el pensar que fuiste un compañero de viaje, un amigo, alguien que en algún momento se montó en mi barco durante mi ruta de viaje. Algún día, cuando llegue a Ítaca, abriré mi bolsa y me daré cuenta de que alguna vez en un puerto compré la amistad inolvidable de alguien que me quiso y a quien querré eternamente.

Hasta siempre Tony, mi Peter Pan.


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