Confesión

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Por Albio Vivas

Ana:

Sí, tenías razón, esa mujer me tenía loco. Yo ya estaba sólo para cuidar mi salud, ocuparme de ti, jugar con los niños y supervisar que el negocio siguiera bien. Pero cada vez que cruzaba una pierna esa carajita, de un lado para el otro, sentía un aire de vida, de emoción, de impulsividad.

Ella entró como un virus en mi mente, una euforia fugaz. No sé si fue un saboteo o un revivir, pero con ella me sentía como un chamo de nuevo. Al pararme no pensaba nada más en las pastillas que tenía que tomar, sino en llegar temprano, pasar por su carro y decirle "No se quede ahí, le abro la oficina y descansa mientras se hace la hora."

Me gasté unos reales en ropa, boté esos zapatos negros de gamuza, cambié la montura de los lentes, dejé de usar esos perfumes de farmacia. Sí, me gasté plata en un buen perfume; y gracias a Dios, los billetes dieron la cara por mis arrugas. Sé que por eso aceptó la invitación a almorzar, luego una cena, pero nada como el desayuno.

Antes no había Senza, ni Lingerie, ni ninguna de esas tiendas de ropa sexy. No habían habitaciones con carretas vaqueras como las de Clint Eastwood, mucho menos un par de látigos de juguete. ¡Nuevos tiempos! Dígame eso que llaman silicón... me hacía olvidarme del romanticismo, de la calma que da la edad y me volvía un adolescente desesperado, desenfrenado. ¡Fue la mejor inversión en esa muchachita!

Tienes razón, cambié mucho, cambié mis palabras, mis maneras; además metí la pata hasta el fondo, destruí nuestro hogar. Pero es que me sentía como sin vida, ahogado en problemas y rutina; al menos sentí de nuevo latir el corazón (entre otras cosas).

Lo que tenía que hacer en esta vida ya lo había hecho. Me enamoré, nos casamos, crecimos juntos, velé por ti, tuvimos nuestros hijos, les dimos educación, los ayudamos a montar sus negocios, los casamos bien. Ya lo que había que hacer estaba hecho. ¿Qué tiene de malo darse uno un aire de vida antes de estar al borde del precipicio?

¡Qué muchachita vale!... Qué muchachita... Es que la recuerdo perfectamente: piel de seda, ni una sola celulitis, curvas peligrosas por todos lados, toda una escultura con vida.

Pero eso era sólo una aventura, nunca había tenido una. Lo hice muy tarde y duró poco. ¡Tú me la arruinaste! Y no conforme con eso, te quedaste con la casa, el carro, el apartamento de playa, la familia y mi abogado. ¡Ese desgraciado de mi compadre! ¿Quién se iba a imaginar que el compadre me iba a hacer esa vaina? Bueno, así es la vida, yo no me imaginaba los cachos y menos pintados por él, así como él no se imaginaba el proyectil de mi 45.

Saludos desde la celda, te veré pronto,

Ernesto.

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