Hola, Jessica

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Por Victor Maldonado

Hola Jessica:

Son las 2:00 pm, ocho horas después de habernos despertado, tú en tu casa y yo en la mía...y no puedo esperar ni un minuto más para intentar describirte la sinfonía de sentimientos que abriga mi alma. Sinfonía en cualquiera de sus acepciones implica acordes; acordes musicales o acordes de colores, o acordes de sensaciones, lo cierto es que la palabra expresa un intento de coincidencias que se presentan para generar la sensación de belleza.

Pero no hay sinfonía sin que los elementos involucrados no estén en tensión creativa, así las cuerdas de los violines y las violas; así el aire que se cuela por las flautas y trompetas; así la fuerza de los dedos sobre el piano, y la de las manos sobre las percusiones. También en el ámbito de los colores que nos muestran el día, cuando los rayos del sol besan las copas de los árboles, y el verde de sus ramas nos embriagan la mirada; además siempre hay tensión en el que observa y es el beneficiario del paisaje de luces, o de sonidos.

Pero cuando hablamos de sentimientos ocurre que sujetos y objetos se confunden, al ser unos y otros el resultado de una extraña ecuación de mutua significación. Unos y otros se dan sentido hasta el punto de ni ser, ni estar y por lo tanto, no existir, si no es en la frágil correspondencia de los afectos.

En 1886 Monet pintó dos cuadros de un mismo paisaje en dos momentos diferentes. En uno de ellos trata de captar la impresión de una tormenta en las costas de Belle-Ile; y en el otro, las mismas rocas en un ocaso sereno. Ambos cuadros son armónicos, cada uno en su contexto, ambos expresan el azul profundo y brumoso, pero uno de ellos, el segundo, deja mirar más allá, hasta el infinito, cuando el cielo y el mar se confunden en un abrazo íntimo. En el primero no podemos mirar más allá de las rocas que se dejan golpear noblemente por el viento hecho espuma y olas. Yo estoy seguro de que esas rocas, al igual que yo, saben que la tormenta trae consigo la calma, y que la calma siempre anuncia la tormenta. Esa es precisamente la presión del paisaje, y las ganas del observador impresionista de consumirla en cada uno de sus momentos, dejar el testimonio del instante y de esta forma mostrar a los otros dos tipos de belleza que se complementan, se explican y significan mutuamente.

Tú eres mi paisaje sereno, y probablemente yo sea tu tormenta; tú me das perspectiva, y yo te doy presente; pero a la vez, yo soy tus ganas de soñar, y no se puede soñar sino lo que se ansía, por lo que también soy tu perspectiva, y tú, eres mi presente que convoca en mi fuerzas telúricas que me transforman cada instante, que crecen segundo a segundo, que me golpean con intensidad y me proporcionan fuertes ganas de vivir. Tú eres el violín, y yo me imagino piano, tocando acordes barrocos, pasando del allegro dolcissimo al adagio, y de allí a los silencios que anuncian nuevos tonos que ensamblados constituyen nuevas melodías.

Tú me explicas, y yo te significo. Tú me significas y yo te explico, porque qué triste un violín gritando en solitario la necesidad de la compañía de su piano, y que incluso el sonido del piano cuando lo que toca es una invocación a la presencia de un violín que endulce, que tense, que explique, que signifique, que llene los vacíos y que construya con él, un sonido más complejo, pero en la misma medida, más hermoso.

Yo no encuentro sentido sin ti. Sólo me significa tu mirada y me convoca a la realidad tu sonrisa. Tú me llamas a la vida con el roce de tus dedos, tal y como imaginó Miguel Ángel el espectáculo de la creación del hombre para adornar el techo de la Capilla Sixtina.

Hace ocho horas que nos despertamos, tú en tu cama y yo en la mía, para seguir soñando que eres sosiego y tormenta; que eres violín y yo piano; que eres un rayo de sol y yo un árbol; pero en cualquier caso, juntos en un mismo paisaje, en una misma pintura, en una misma sinfonía de colores, de sonidos y de sentimientos. ¡Te amo!

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