Por Miguel F. Gómez Muci
Querido hijo.
En nuestro imaginario diálogo acordamos seguir comunicándonos, y que tú serías mi apuntador. Y ahora te confío: no encuentro cómo preparar mi corazón y mi alma para la inevitable realidad del primer aniversario de tu partida.
Llegó el nuevo año y tu ausencia no me permite tener ilusiones para nuevos emprendimientos. Llegó San Valentín, y díme cómo no podría pensar en ti si el hijo es el primer amor de un padre, y tú no estabas...
Hace un año, un 5 de abril, en una tarde callada, te fuiste y no has vuelto... subiste al Ávila, pero en realidad fue a la eternidad. Ese aniversario, hijo, afectará grandemente mi espíritu.
Aquel sábado infausto de abril, te esperábamos en casa, y una llamada sin mayor precisión, me advertía de lo sucedido: ello tocó mi esencia de padre y salí a buscarte, seguro que sano te encontraría. No pudistes ante un sujeto maligno... y recuerdo cuando me dijiste haber sido sorprendido por una figura iracunda cuyos ojos irradiaban odio, y que habías puesto la mayor serenidad y agotado la persuasión. Me narraste que esa noche dormiste en descampado y la naturaleza había brindado protección a tu cuerpo. No salí de mi asombro ante tu narración cómo los pájaros del Parque El Ávila les dieron protección en el día y en la noche hasta que fueron encontrados el domingo, y preservaron su humanidad de los animales salvajes y rapiñas. Y que decir del lindo espectáculo de las miles de aves que volaron sobre ustedes y lloraban sin cesar, y sus lágrimas permitieron humedecer y abonar el terreno donde yacían para que tus sueños e ilusiones quedaran sembrados para recuerdo de tus hijos.
Fue bello tu diálogo con Dios al llegar al cielo, la inmensa luz que te iluminó, y sus disculpas y contrariedad por el error de la eternidad por tu llegada anticipada en varias décadas. ¡Qué fuerte ha sido vivir este año sin ti! No te imaginas... Te veo en cada instante, te percibo a mi lado y estiro mis brazos sin poder abrazarte. ¡Ilusiones convertidas en dolor! Mi corazón no te ha abandonado un sólo segundo... Cada noche al dormir te doy mi bendición y en la mañana tu silueta salta a mi vista y te bendigo. Dudo si luego de tu partida volviste a ser mi niño travieso y debo cuidarte más, o eres tú que ahora tutelas mi existencia. Es lo último, pues me confiaste haber arribado al cielo llevando escondido tu corazón como único equipaje, sin que Dios aún lo sepa. Nunca te desamparé, ni siquiera en ese difícil día de abril... me armé de valor y fui hasta ti, quise ver tus ojos para descubrir algún mensaje..., y era que esperabas mi bendición para cerrarlos definitivamente. Pero, dejé mi llanto a un lado; hice todo cuanto nuestro amor me imponía para que tu despedida estuviera revestida de todo cuanto merecías. Como abogado nunca imaginé el dolor que contienen las piezas procesales hasta que me vi en tu caso, y hube de contener el llanto. No rehúi el reto, no puedo dejar que tus folios se llenen de moho y que tu historia no tenga capítulo final de justicia. Qué bello hijo fuiste cada minuto de tu vida... no olvido tu mirada ni tu sonrisa, tampoco tus acertados juicios. Hijo, la verdad es que tu travesía vital no terminó en abril pasado, sino que continúa conmigo por el resto de la que yo tenga. Te quiero inmensamente, eres mi compañero inseparable del viaje que es la vida, y se que esperas por mi para entrar juntos a la eternidad.
Tu papá.
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Cartas de Amor
RomanceCuando hablamos de cartas de amor lo primero que viene a la mente es un par de tórtolos plasmando en un papel promesas de una vida eterna juntos. Pero en este libro no es así. Aquí encontrará una recopilación de 50 cartas cuyos autores dejaron que s...