Por José G Márquez
Querido Niño Jesús:
Aún recuerdo tus figuras abstractas y tus siluetas deformes, aunque cuando vivía entre tus calles, y transitaba por tus escaleras, prefería mirar al cielo porque era lo único que me gustaba ver a tu alrededor. Era un idiota.
Quizás no me recuerdes, pues solía ser uno de esos muchos que todavía viven en tus casitas iluminadas y descoloridas, tan juntitas todas que siempre se me hizo difícil saber en dónde comenzaba una y en dónde terminaba otra.
No sé de dónde sacaste tu nombre, pero es fácil imaginarlo. Eres un barrio. Un pesebre caraqueño. Tienes un montón de muñequitos que nadie quita cuando termina diciembre. Están allí todo el año, inmóviles, presos, con miedo. Deseando que los tiros que escuchan todas las noches no fuesen más que fosforitos. Pero sonrientes, siempre. No tienes arroyitos ni puentes bonitos. Ni a Jesús ni a María. Sí recuerdo a los mismos tres pranes magos, al que le decían mula, y al que le decían buey. Y estaba yo, José, pero me fui.
No tenías la culpa de nada. Pero quería estar lejos de ti. Odiaba despertar a las cuatro de la mañana para pelear un puesto en el jeep y poder llegar temprano al trabajo. Odiaba subir o bajar cada uno de tus malditos escalones. Odiaba los techos de zinc que no detenían ni las piedras, ni las gotas de lluvia, ni las balas. Odiaba las sábanas desplegadas sobre cuerpos helados que ya no podían sentir ni el frío del asfalto. Te odiaba.
Ahora te extraño. Extraño mirar el cielo que te servía de sombrero. Extraño ver a los papagayos serpentear entre las nubes como espermatozoides errantes. Extraño el verde de tus árboles, al lado del naranja de tus ladrillos, acariciando el azul de los tanques de agua. Extraño la impertinencia de los gallos al amanecer y la elocuencia de los gatos al anochecer. Extraño todas y cada una de tus lucecitas, las amarillas y las blancas. Te extraño.
Aunque entiendo lo importante que has sido para erigir mi vida, siempre me avergoncé de ti. Negué conocerte. Dije cosas horribles de tus muñequitos asustados pero sonrientes, de tus casitas iluminadas y descoloridas, de tus formas, de tus virtudes. De ti. De mí. Y lo siento. Nunca antes te había pertenecido como ahora que estás sin mí y yo sin ti. Nunca antes me había dado cuenta de que amaba algo cuando ya estaba perdido. Nunca antes te había pedido algo, pero esta vez te pido que me perdones. Descubrí tu belleza y ahora la quiero. La defiendo. La anhelo.
Cambié. Vengo de ti. Y seré siempre tuyo.
José.
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Cartas de Amor
RomanceCuando hablamos de cartas de amor lo primero que viene a la mente es un par de tórtolos plasmando en un papel promesas de una vida eterna juntos. Pero en este libro no es así. Aquí encontrará una recopilación de 50 cartas cuyos autores dejaron que s...