Por Rosa Acevedo
Rafa:
Después de tanta meditadera, que sirva esta carta desgraciada para ponerle punto final a este amor sin esperanzas, porque hoy ya sé que no las habrá jamás. Maldito cibermundo que me volvió trizas la existencia. Porque gracias a la computadora de Albertico, mi hijo de quince, fue que me desgracié la vida. En mala hora anda una haciéndole caso a los muchachos, dizque para parecer moderna. Moderna es la lloradera que cargo ahora. Y todo por culpa del dichoso feisbuc. Me iba todos los días más temprano al trabajo para tener tiempito extra en mi oficina antes de que empezara el ajetreo. Entonces prendía la diabólica máquina y me entregaba sin freno: estaba obsesionada con aquella cosa. Y no porque pudiera mandarle tres birras a Tulio, mi marido, y conseguir que al fin me escribiera algo amable. Nada de eso. La fiebre empezó cuando te encontré, Rafa. Mi amor perdido. Mi pasión juvenil! Mi deseo aún latente. El renacer de mi interés por ese juguetito informático fue como un cataclismo, cuando la enviadera de ositos a mi hija de doce, los croissants a la suegra y los hugs a la tía Dorita ya me tenían podrida. Un mensajito de mi comadre Luisa me había vuelto a la vida.. "Tengo a Rafa Vergara en mi feisbuc" me había escrito. Boom. Sólo ella, el sucio de esta uña desde tiempos inmemoriales, sabía que esa frase me iba a sacar de órbita. Entonces fui a su perfil a entrepitearle los amigos y allí estabas tú. Mi amor de siempre.
Busqué una lupa y me regodeé en aquella fotito minúscula que me revolvió los adentros. No me importaron ni tus canas ni tus kilos. No me importó tampoco el por qué me habías dejado. Me importó - y mucho- el recuerdo de tantos recuerdos inolvidables. Tu viejo Chevy, mis rizos rebeldes, la Panamericana. Todo estaba ahí plasmado en aquella imagen. Desde entonces, se apoderó de mí una energía sin precedentes. De purito agradecimiento le mandé a la comadrita unas cholas Manolo Blatnik y dos arepas dominó. Luego cambié la foto horrible de mi perfil por aquella de mi luna de miel en Margarita., donde aún lucía delgada y bonita. Claro que tuve que cortar a Tulio y al vendedor de ostras, ni más faltaba. Oculté mi status de casada, bloqueé las fotos de mis hijos y eliminé de mi muro aquellos ridículos mensajitos de mi marido, siempre de lambucio preguntando que había para la cena. Quería sentirme libre para ti. Ya luego me ocuparía de las excusas para tanto cambio. Seguidamente procedía crear un grupo "Excompañeros ucevistas" para meterte ahí junto con los panas del pasado y no exponerme al "quién es ese" de los muchachos. Sólo quedaba una última cosa y gracias al guai-fai me metí en el garaje a agregarte como amigo. Temblaba como una hojita. "Espero que te acuerdes de mi", te escribí. Carajo, como si fuera posible olvidar tanto fuego en aquella relación de otrora. Los días pasaban y no me aceptabas y cuando ya estaba a punto de volverme esclava del Prozac apareciste en mi muro. Un simple "cómo te va" que puso mi mundo patas arriba. Desde entonces mi locura no me dio tregua: usando la mensajería privada te inundé de chocolates savoy, playas de Morrocoy y una que otra cachapa. Tú me lo agradeciste todo con palabras hermosas y un par de Martinis. Aún se me aguan los ojos cuando pienso en aquel arbolito navideño tan hermoso donde me tagueaste junto a mil personas más. ¿Qué importaba? Sabía que me lo dedicabas enteramente a mí. Entonces tagueé de vuelta: aquella foto viejísima en el Estadio Olímpico junto al equipo de fútbol donde apenas te distinguías entre tanta tomusa y tanto bigote. Y yo detrás abrazándote muy fuerte, pero tan borrosa que nadie me nota. No la recordabas, ¿verdad? Pues la he guardado con mucho celo todos estos años. "¿Y para qué?, me digo. Craso error fue publicar la dichosa foto. Porque te asustó mi amor, Rafa Vergara. Y arrugaste. Vil y cobardemente no volviste a escribirme, después de todo lo que hice por ti. De nada sirvieron los mil boleros que te envié, los tequeños, los cafés, los muñequitos de "Amor es..." Tu silencio me hirió de muerte. Hasta que la cuaima de tu mujer me escribió en aquél muro público el más despreciable de los epítetos "robamaridos". Y todos lo vieron. Mis amigos, mi marido, mis muchachos. Sin embargo el escarnio público no fue tan devastador como darme cuenta que un hombre que le entrega la contraseña a su mujer es un patético pendejo. Y a este Rafa no lo quiero ni en pintura. No, señor. Me quedo con el otro tú el del viejo Chevy y las canciones de Yordano, aún sabiendo que más nunca volverás. Así que aquí me despido, te borro de un click de mis contactos, no sin antes advertirte que mi marido creó un evento para divorciarnos y seguro te envía una invitación sólo para fregarme la vida. No vayas a aceptar, por favor, y mucho menos hacerte fan. Guárdate un poco de decencia y no me amargues el bello recuerdo que he tenido de ti todos estos años.
Hasta nunca
YO
ESTÁS LEYENDO
Cartas de Amor
RomanceCuando hablamos de cartas de amor lo primero que viene a la mente es un par de tórtolos plasmando en un papel promesas de una vida eterna juntos. Pero en este libro no es así. Aquí encontrará una recopilación de 50 cartas cuyos autores dejaron que s...