Capítulo 8

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Cuando aprendes que, nuestros problemas, en realidad son mínimos comparados con los de otras personas y dejamos de hacernos los protagonistas de una fábula personal que no tiene lugar en la realidad, vivimos más libres, más tranquilos y cualquier situación conflictiva o difícil por la que pasemos parece un juego.

Las risas de Mar y Ange nos despertaron, Carlos miró su celular sin dejar de abrazarme, alcancé a ver la hora, las 3:40 a.m. Me levanté del sofá para ver a mis amigas, me dolía un poco la cabeza, pero ignoré el malestar; Luis y Roberto caminaban detrás de ellas, al ver a Carlos en el sofá hicieron algún tipo de aullido escandaloso, y se fueron a su recámara. Carlos rió ante su acción y volvió su mirada hacia Mar y Ange que nos veían con mirada acusadora, pero divertida, me tomó de la cintura y me atrajo hasta él, besó mi frente y susurró un "Te dejaré a solas con ellas, te veré mañana. Te quiero, preciosa.", dicho esto se despidió de ellas con un ademán y se fue a su recámara. Las chicas corrieron hacia mí gritando, y me llevaron a nuestra habitación entre risas y gritos de emoción, al entrar cerraron la puerta y se sentaron en la alfombra como dos niñas que están a punto de escuchar un cuento.

-Y bien, ¿qué sucedió?.-Mar me miró con brillo en los ojos.

-Sólo... pasó lo que no esperaba que sucediera.

-¡Te dijimos que le gustabas!.-Gritó Ange.

-¡Shhh!, lamento no haberles creído, ¿sí?, es sólo que era algo difícil de creer. Él fijándose en alguien como yo, era casi imposible.

-Ay, pequeña, no te das cuenta de todo lo que vales, entiende que eres increíble.-Mar me miró con dulzura.

-Gracias, hablando de, me dijo lo más dulce que jamás escucharé.-Sonreí y puedo jurar que casi salía una lágrima de mi ojo.

-Siempre ha sido un caballero, quedan muy pocos hombres como él.-Suspiró como recordando algo que no quería, pero no quise preguntar.- Te quiere, Eunice, y hacen una pareja hermosa, se ven tan lindos juntos.

-Gracias, Mar, lo sé, lo he notado, aunque tú lo conoces mejor que yo.

-Es un gran chico, Eunice. Siempre podrás contar con él...-Suspiró de nuevo.-Fue siempre un gran apoyo para mí, nos conocimos desde pequeños, ¿sabes?, vivimos cerca, no somos vecinos, pero afortunadamente nuestros padres nos enviaron al mismo preescolar, ahí nos conocimos, nos hicimos amigos desde el primer día, junto con Roberto, íbamos siempre a casa de Carlos y jugábamos durante horas. Entramos a la misma primaria, y éramos felices por el siempre hecho de que podríamos seguir siendo amigos por mucho tiempo más... A ambos nos tocó vivir situaciones difíciles casi a la misma edad.

"Cuando teníamos 8 años, la madre de Carlos murió, él dejó de asistir a clases durante un tiempo, después cuando regresó, su padre se encargó de que el tiempo perdido no afectara su historia académica. Roberto y yo no sabíamos cómo apoyarlo, su madre era hermosa, era una gran mujer, trabajó mucho durante mucho tiempo al igual que su padre, pero cuando tuvo a Carlos se dedicó completamente a él, se parece mucho a ella de hecho. Tiempo después el padre de Carlos se suicidó.

No quiero contarte todo esto, porque es él quien debería hacerlo, pero era necesario para que lo entendieras. Paralelo a esto, en mi vida también estaban pasando cosas malas, un año atrás mi padre había muerto, era un gran y hombre y mamá lo amaba muchísimo, siempre trabajó mucho para darnos lo mejor a mi hermana y a nosotras. Al morir, mi padre nos dejó todo lo que tenía, que no era mucho, pero tampoco era poco, con lo que había dejado bien nos alcanzaba para que mi hermana y yo termináramos la primaria en la escuela en la que estábamos y para que viviéramos relativamente bien. Mi madre consiguió una pareja que para nada me agradaba, era muy prepotente y era malo, al principio intenté llevarme bien con él, sabía que jamás sería mi papá, pero quería creer que él nos ayudaría y nos daría la vida que mi padre nos daba, vaya equivocación.

Con tan sólo 8 años tuve que vivir lo que no le deseo a nadie más, ni siquiera a mi peor enemigo. Mi mamá seguía sufriendo por la pérdida de nuestro padre, supongo que por esa razón se involucró con el primer hombre que conoció, quiso reemplazar a papá, llenar ese vacío, pero jamás lo consiguió; por esta razón se hacía de la vista gorda, supongo. Por años éste hombre abusó de mí, yo lloraba todo el tiempo y tenía mucho miedo de los demás, incluso tuve miedo de Carlos y Roberto. Nunca dije nada, me tenía amenazada, si yo decía una palabra sobre lo que me hacía, abusaría también de mi hermana y le haría daño a mi madre. Alguna vez intenté decirle a ella, le conté todo, le pedí llorando que me ayudara, que lo echara de ahí para que viviéramos tranquilas, pero fue inútil, no me prestó atención, y cuando Rafael se enteró la golpeó a tal punto de dejarla inconsciente, después abusó de mí y me advirtió que no quería enterarse que hablara sobre ello nunca más. Creí vivir el peor infierno, hasta que un día, mientras mamá estaba en el trabajo, llevó a unos hombres a casa, al verlos me aterré y lo único que pude hacer fue esconder a mi hermana, que tenía 6 años, en una alacena que se encontraba bajo las escaleras, le pedí que no saliera escuchase lo que escuchase, cuando estuve segura que había entendido cerré la puerta y corrí escaleras arriba, cerré la puerta de mi habitación y me escondí en el clóset. Aún recuerdo el sonido de los pesados pasos subiendo las escaleras, hasta detenerse en mi habitación, los golpes en la puerta y la voz de Rafael gritando mi nombre para que abriera, todos estaban enfermos, tiraron la puerta y me encontraron en el clóset, sentada y llorando...-Hizo una pausa, para secar sus lágrimas y tragar salíba, lloraba demasiado y Ange y yo sólo tomábamos sus manos.-Abusaron de mí, todos. Me golpearon y me dijeron cosas que una niña, incluso una mujer, no debería escuchar jamás; cuando terminaron con su sucio trabajo se fueron y Rafael se encerró en la recámara que compartía con mamá. Como pude, bajé las escaleras y abrí la puerta de la alacena, mi hermana estaba tan aterrada como yo, la subí a mi habitación y ahí se quedó dormida. Esa noche, al llegar a casa, mi madre ni siquiera se tomó la molestia de preguntar qué había pasado con la puerta de mi habitación o porqué tenía golpes en todo el cuerpo, o porque lloraba tanto. La odié demasiado, no entendía porqué permitía que Rafael me hiciera eso.

Con el tiempo me acostumbré a ese tipo de acciones, ya nada me sorprendía, y empecé a creer que me lo merecía, que todo lo que estaba pasando era culpa mía, que era una mala persona y merecía todo eso y más. Los amigos de Rafael siempre iban a casa, y siempre era la misma historia, yo gritaba y lloraba, peleaba para soltarme y corría para que no abusaran de mí, pero era inútil; yo era una prostituta a la que no le pagaban. En la escuela, Carlos y Roberto preguntaban qué era lo que pasaba, pero a ninguno quería decirle, hasta que un día, Carlos fue a mi casa, justamente un día en que estaban los amigos de Rafael, gritó mi nombre hasta que él salió y le dijo que yo no estaba, vi por la ventana cómo se iba y le grité, volteó hacia arriba y me vio, y corrió a cada casa que estaba en el vecindario, hasta que una pareja salió y él les dijo que una amiga estaba en problemas, llamaron a la policía y fueron por Rafael y sus amigos, aquel día Carlos me vio con golpes, con lágrimas y le conté todo lo que había pasado. Jamás terminaré de agradecerle lo que hizo por mí, ni siquiera mi madre me ayudó. Durante un año tomé terapias, iba a psicólogo y tomaba medicinas, unos tíos se hicieron cargo de mi hermana y de mí, no volvimos a saber nada de mi madre, se fue de la casa después de que la investigaron, mis tíos vendieron aquella casa y compraron una en un vecindario cercano, sabían que el lugar me traería demasiados recuerdos y muchísimo dolor. Carlos siempre estuvo ahí, siempre me apoyó, al igual que sus abuelos, siempre me hizo sentir mejor, a pesar de su corta edad maduró demasiado rápido, tuvo que hacerlo, jamás me vio mal y no me trataba diferente a pesar de saber lo que había ocurrido, al contrario, siempre sabía qué decir, decía que no era lo que ellos me había hecho creer. Roberto y él me defendieron siempre de todo y todos, a pesar de no seguir en la misma escuela. Perdoné a mi madre, aunque ella no me lo hubiese pedido, ya no quería guardarle rencor, perdoné a Rafael y a cada uno de sus amigos, y me perdoné a mí misma, ya no podía cargar con tanto odio, eso no era vivir. Y ahora estoy aquí, sólo Dios sabe porqué quiso que viviera eso, y tengo fe en que tiene preparado algo muy bueno para mí.

Me quedé helada y no supe qué decir, sentí odio por los hombres que le habían hecho tanto daño, y tristeza por imaginarme a una pequeña niña viviendo un infierno en la tierra.

Así era él. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora