Capítulo 30._ Vacía

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»Isabela



—¿Qué crees que estás haciendo? —el ojiazul  me quitó la mochila y la colgó en su hombro libre

—¿Quizá cargar mi mochila? —lo miré más confundida de lo que ya estaba, puesto que Alexander había llegado en su coche por mí a las 06:30am ¡EN PUNTO! ¿Oyeron eso? Ese chico era peor que puntual —Alex, realmente me da gusto verte pero ¿qué haces aquí? Creí que estarías fuera por una urgencia —murmuré en mi mejor intento de no sonar grosera

—Es verdad, pero se canceló —contestó sin mirarme, abriéndome la puerta de su lindo Porsche —Mademoiselle —joder, su acento francés era casi perfecto, apostaba lo que fuera a que ese chico sabía más de dos idioma

Arqueé una ceja, subiendo al auto. Lo vi rodearlo para luego entrar a mi lado —¿Entonces? —hizo una mueca y ajustó su cinturón, acción que imité

Se encogió de hombros —Pensé que te haría el día amanecer con un rostro tan bello como el mío —dijo muy serio, arrancando el coche y comenzando a manejar

—Eres un tonto —comencé a sonreír, y él también —¿Party in the USA o Aserejé? —pregunté mirando sus canciones en su teléfono, con permiso del ojiazul

—La que te ponga más de buenas, muñeca. Debes dejar de faltar tanto al colegio, Isa.

Ladeé la cabeza, mirándolo —Descuida, es pública. Y por culpa de mis papás, no tardarán en darme de baja. —mi respuesta lo hizo fruncir el ceño y apretar los labios en una fina línea rosada, mas no volvió a hablar el resto del camino; de hecho, parecía muy concentrado en sus pensamientos


Bajamos del coche una vez que llegamos, desconocía la razón de Alexander en entrar conmigo con su impecable traje azul oscuro. Le quedaba a la perfección, marcando sus atributos. Sentía mis mejillas calientes al sentir varios pares de ojos sobre mí, probablemente era por lo guapo que el ojiazul era y no por nuestras manos entrelazadas. Sabía que lo hacía en señal de apoyo, pero no me molestaría en gastar saliva desmintiendo rumores.

Era cierto que Alexander era y lucía mayor que yo, pero no de manera exagerada.

Mi día se arruinó completamente, y mis palabras también cobraron sentido cuando vi a dos mujeres hablando fuera de la oficina del director. Jos y yo intercambiamos duras miradas, él desvió la suya rápidamente, indignado. Qué maduro.

Rodé los ojos y me concentré en algo no muy lindo. Las señoras seguían sin verme, al parecer se acababan de encontrar.


—¡Cassandra! —la madre de Jos saludó a aquella mujer menuda, acompañada de un hombre casi calvo, ambos agarrados de la mano

—Mariana, ¿cómo has estado? —la señora le sonrió levemente a su amiga

—Con ciertos problemitas, pero ya estoy logrando controlarlos —contestó felizmente la pelinegra, su hijo bufó a su lado. —Algo cansada, pero cuéntame, ¿qué tal tu vida? —Mariana sabía lo que había sucedido

—Ya no es tan difícil —le contestó serena —Debo de admitir que es muy buena.

—Mamá, no le... —comenzó a decir Jos pero calló, haciendo que esa señora se percatara de mi presencia

—¡Ah! —soltó con una sonrisa cínica —¿Aún estás aquí? —arqueó una ceja, divertida. Su vista se fijó en Alexander, al verlo aquella mueca irónica se desvaneció

Ecos »Jos CanelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora