Capítulo 29._ Casa del árbol*

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CAPÍTULO NUEVO RE-EDICIÓN 2020* 

»Isabela



Miré una última vez tras mi hombro, la imagen del apuesto pelinegro estaba borrosa por mis lágrimas; en ese preciso momento, solo quería ahogarme en este dolor —No quiero estar para ver cómo te hundes —dicho esto salí del cuarto, con el corazón roto en mis manos. Mariana y Fernanda me veían serias, no me extrañaba, nuestros gritos probablemente se escucharon por todo el vecindario —Yo... —arrepentida por el escándalo formado, mordí mi labio inferior con nerviosismo

—Lo sabíamos —la castaña clara bajó la mirada, incapaz de mantenerla con la mía. Aunque la sorpresa en mí fue palpable, lo dejé pasar, después de todo ellas eran su familia y no yo; aquí ningún derecho me correspondía —Hace unos días, no te quise decir por que... —trató de explicarme, mas no era necesario, solo importaba una última cosa que buscaba antes de marcharme en definitiva

—No dejen que termine así, por favor. Sonará estúpido, pero una parte de mí aún conserva esa esperanza —murmuré suplicante, era una vergüenza que me volviera tan patética por Jos, pero siempre querría lo mejor para él así me costara yo misma —Adiós —rápidamente me despedí, incapaz de poder controlarme frente a ellas, llevándome a Alexander conmigo. Sentí mi interior secarse, no quedaba nada más para llorar

—¿Estarás bien? —preguntó inseguro, acercándose a abrazarme. Acepté el gesto y lo miré con una tenue sonrisa al separarnos después de lo que parecieron una infinidad de segundos

—Sí, gracias a ti. —subimos al coche y el ojiazul decidió poner una de sus listas de reproducción más movidas. La mayoría de las canciones, conocidas para mí, me alegraron en gran medida. Tal vez no tenía la mejor voz, ni sabía tocar algún instrumento, pero tan solo escuchar música me hacía completamente feliz; era una especie de sanación mágica, fielmente comparada a las palabras de las madres cuando sus pequeños se raspan las rodillas y un beso lo cura todo, incluso el llanto

El trayecto a la reunión familiar del castaño fue largo, suficientes para reponerme y retocar mi aspecto. Atravesamos por paisajes sumamente bellos. Ya no tenía mi cámara fotográfica, pero al menos mi teléfono sí —¿Te gusta lo que ves? —llamó mi atención, probablemente para hacerme plática y distraerme, agradecía aquello

—Sí... es bellísimo —admití embelesada con el verde de los altos árboles, y los diversos tipos de flores silvestres que estaban a un lado de la carretera

—Gracias —lo miré frunciendo el ceño, hasta que comprendí su broma, mis mejillas se tornaron rojas

—Muy gracioso, Alexander Castillo —rodé los ojos juguetona, haciéndolo reír

—Cuando dices mi nombre casi completo, siento que me estás regañando —esta vez yo reí, nostálgicamente recordando que opinaba lo mismo cuando me decían Isabela Alejandra.  Cuarenta minutos después Alex estacionó frente a un restaurante de estilo campestre, la entrada estaba decorada con un pequeño arco hecho de flores y globos rosas y blancos incluyendo metálicos alrededor. Bajamos y sonreí, el lugar era desconocido para mí, mas sumamente encantador y tranquilo. No se alcanzaba a oír el ruido de la ciudad, y apostaría a que por la noche las estrellas debían verse preciosas —Isabela, mi familia está aquí —mi cuello pareció el del Exorcista cuando dijo eso —Sé que no te avisé pero... —entrecerré los ojos, deseando poder ahorcarlo —...todo saldrá bien, confía en mí —me pidió con una bonita sonrisa, tomando mis manos —Ahora, pasaremos por ahí y nos tomarán una linda foto —me guió detrás de él, sin soltarme y darme tiempo de quejarme

Ecos »Jos CanelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora