Capítulo 18._ Marinero que se fue a la mar*

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CAPÍTULO NUEVO RE-EDICIÓN 2020*

»Jos



Ni siquiera podía encontrar las palabras correctas para describir cómo me sentía en ese preciso momento, destrozado se quedaba más que corto con lo rápido que me latía el corazón. Me había enterado de la verdad en la peor de las formas posibles y de boca de alguien que no era mi mejor amiga. Fumar hierba y el sudor pegajoso en mi ropa no ayudaban en nada, era como un balde de agua fría sobre mí, absorbiéndome.

Pero Alonso tenía razón, debía estar dispuesto a ayudarla y no me importaba salir lastimado con tal de que sus heridas fueran sanadas. Ahora me sentía como un idiota por haber huido de ahí, gritarle a todos en vez de haberle envuelto en mis brazos; solo ahí debía de estar ella, no en otro lugar. Bueno, en realidad sí que era un imbécil, pero con ella nunca me porté así.

De alguna forma, ella lograba sostenerme. Tal vez por eso estaba tan acabada.

Cansado a morir, me detuve a respirar un poco. Entonces la vi, debajo de un árbol con el rostro surcado en lágrimas, mirándose las manos. Tan pequeña, que verla me transportaba al pasado donde nada de esto nos preocupaba, éramos solo unos chiquillos inmaduros jugando a perseguirse, a contar hasta cien mientras el resto buscaba un escondite, sus dos colitas amarradas con lazos coloridos mientras yo buscaba hacerla feliz con dejar mis carritos de juguete a un lado y sustituirlo por armar castillos fantásticos con ayuda de sábanas, almohadas y mucha comida robada de los refrigeradores de nuestras madres. Me recargué en un árbol cerca, sin que ella me viera, pausando mi siguiente acción para observarla detenidamente. Ante los recuerdos sonreí nostálgicamente y mis mejillas no tardaron en empaparse igual a las de la castaña; yo también necesitaba llorar, gritar hasta deshacerme y volver a recomponerme con ella, unidos, como siempre había sido.

Pero no, me acobardé y la abandoné cuando más me necesitaba.

Miré hacia el cielo ahora despejado, era tarde y las estrellas estaban espléndidas; probablemente podrían ser más brillantes sin embargo la contaminación de la ciudad les quitaba gran parte de su resplandor. Sin hallar rastro de alguna fugaz, deseé a todo lo que sea que existiera ahí arriba que esto volviera a ser como antes.

Mi pecho se contraía de dolor al ver a esa dulce chica lo suficientemente indefensa, dolorosamente frágil, destrozada hasta los huesos... y tan sola. Esta no debía de ser mi vida, y mucho menos la suya. Cuando los sollozos brotaron de sus dulces labios, aquellos que probé una noche llena de cerveza y confesiones desvaídas... qué. Me acerqué lentamente a ella hasta sentarme a su lado.


—Amor, por favor mírame —susurré de la manera más tierna posible para que me dejara consolarla, sin embargo no levantó su mirada y permaneció en la misma postura: cabeza gacha, cabello enredado y húmedo tapando su rostro perla, brazos envolviendo sus rodillas. De las pocas veces que llegaba a creer en la religión, pedí a Dios por que me ayudara a sacarla de esto; salir juntos en busca de una nueva vida, así implicara marcharme del país jalándola a ella conmigo. Esa noche le juré a la deidad que estuviera arriba de las estrellas, que si me concedía aquella oportunidad yo prometía no volver a dudar de él por más injustas que fueran las cosas —Por favor —supliqué rogando que la voz no me fallara, extendí mi mano y extremidades lo suficiente para tocar su brazo, pero mi Isabela se alejó bruscamente. Aguanté aquel sufrimiento en mi cuerpo; era evidente el rechazo ante la persona en la que ella confiaba y prefirió dejarla llorando a su suerte, debió de sentir que no tenía a nadie. No podía ni imaginar lo que eso debía de romper, si ella me faltara, no lo soportaría

—No quiero —dijo en un gemido doloroso, encogiéndose más en su lugar como si fuera un pequeño cachorro herido. Descarté volver a tocarla, no quería arruinar la situación más de lo que ya estaba y que ella terminara yéndose sola

—¿Qué te parece si hablamos? Siempre funciona, y pienso quedarme debajo de este tronco destrozándome la espalda toooda  la noche si es necesario —traté de animarla acomodándome en mi lugar, ella se removió un poco. Cuando discutíamos o algo por el estilo, nos tomábamos un tiempo para tranquilizarnos y hablar sobre cómo nos sentíamos o lo que no nos parecía. Nunca había sido la excepción que lográbamos arreglarnos mutuamente, siempre fuimos ella y yo solos contra el mundo —¿Por qué no quieres decir nada? Prometo no volver a salir corriendo, ni juzgarte o decir algo —le juré llevándome una mano a mi pecho justo por encima del corazón, en señal de promesa. Aunque la sombra y la luna hacían sombras en su rostro, pude sentir cómo su confianza volvía a mí, como debió ser desde el inicio 

—Si lo hago, perderé todas las fuerzas que tengo —admitió sorbiendo los mocos que salieron debido al llanto, me fue inevitable no extender mis brazos. Tardó segundos en reaccionar, sin embargo sentí cómo el alma me volvía al cuerpo cuando se lanzó a ellos sin dudar. Nos permitimos llorar en silencio —Y ya no tengo nada, Jos. Perdón —se apresuró a decir antes de dar un largo suspiro que la haría enjuagarse en lágrimas nuevamente, probablemente esa palabra era la que más había escuchado en toda la noche

Acaricié su cabello y besé su cabeza repetidas veces —No, aquí estoy yo y siempre será así. No tienes por qué disculparte, nunca te lamentes por esto... Nada de esto es tu culpa, y tampoco justo que estés pasando esta situación tú sola. Discúlpame a mí por no haberme dado cuenta y estar ahí cuando lo necesitabas, porque no presté atención a esas pequeñas señales que dabas pidiendo ayuda. Ve el... lado gracioso, tenemos una cosa más en común, nuestros papás nos abandonaron —bien, tal vez fue mala idea —Es un jodido infierno —terminé aceptando cerrando mis ojos con fuerza, llevándome los dedos al puente de mi nariz en señal de frustración 

—Supongo que me gusta quemarme por cosas que fácilmente la lluvia puede deshacer —la sentí esbozar una sonrisa tenue

—Jamás me había sentido tan roto como cuando te vi hundiéndote sin mí, creo que fuiste egoísta al no haberme invitado a caer del mismo barco.

—Pensé que me odiarías, y no querrías zarpar conmigo —admitió bajando la mirada, reí por lo tonto que fue su creer y la estreché más a mi cuerpo. Me encantaba que me siguiera el juego con las tonterías que decía, como el hecho de ser marinero

—Pequeña, yo no podría odiarte ni en otra vida —sonreí y la acuné entre mis brazos


No me daba cuenta de que en realidad la estaba perdiendo lentamente y el tiempo se me iba de las manos al igual que las olas de esa misma embarcación se llevaban todo a su paso para arrastrarlo tan rápido que no te dejaba parpadear. El mar me estaba llevando a sus profundidades.

Me estaba hundiendo en un vacío que yo mismo creé y que se transformaba en dolor, las palabras que sabía que le bastarían y no me atrevía a decirle me estaban quemando la garganta. Fundiéndome en el dolor y cobardía de mi propio corazón roto. Y si no hacía algo ya, iba a terminar ahogándome yo mismo.

No podía tenerla a ella solo para mí.




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Frida

Ecos »Jos CanelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora