Epílogo

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—¡Izzy, no te alejes! —ese era el nombre de mi pequeña de ahora tres años, idéntica a la ahora también rubia, Camile. Habíamos escogido el nombre en honor a la que fue y siempre sería mi alma gemela, había pasado ya un tiempo desde que Isabela nos dejó; Camile y yo creímos era un buen diminutivo, y la verdad es que a su corta edad era una niña muy traviesa —¿Dónde está Paul? —el pelinegro de casi ocho años, que orgullosamente puedo decir es mi viva imagen, se encontraba concentrado en cuidar a Izzy e Ikia, la hija de Alexander 

—Anda, ve con ellos —vi a Sofía soltar la mano del ojiazul, y dirigirse con Camile hacia donde estaban los menores. Ikia, una adorable castaña con hoyuelos, estaba encantada jugando con unas flores silvestres que encontró en los alrededores del panteón


Continué mi camino hasta llegar al elegante mausoleo que correspondía a la familia Castillo dentro del costoso y privado cementerio en las afueras de la ciudad; un área boscosa y tranquila, perfecta para que los que se adelantaron, descansaran en paz. En el último año, se había sufrido otra pérdida, la del viejo Roberto Castillo.

Saqué la llave que Sofía Villalba me había dado, y entré, inundando al instante mis fosas nasales con el familiar olor a orquídeas y jazmines.

Me detuve frente al mármol grabado "Madre y excelente hija", murmuré en voz baja acariciando las doradas letras. Entonces saqué de detrás de mí la guitarra, aún en su estuche —Mira lo que traje —comencé a hablarle como de costumbre, seguramente estaba harta —Recuerdo las veces que tocaba frente a nuestros osos de peluche, eras mi mayor fan y pretendíamos que estábamos en pleno concierto, haciendo vibrar nuestros cuerpos. Nos gustaba jugar a que teníamos el poder de cambiar el mundo, y que seríamos un grupo famoso. No hemos tomado el camino que queríamos ¿eh? —dije esto último con una sonrisa triste, tocando muy mal los acordes —Sí... ya recuerdo por qué dejé el camino musical —esbocé una mueca de lado, disculpándome internamente con mis oídos. Coloqué la guitarra acústica en el suelo, a un costado de mí  —En mi defensa, estoy algo oxidado. La última vez que toqué esta guitarra tenía doce años, ahora soy todo un señor.

Era una costumbre tediosa mirar a la nada, pensando que estaba ella ahí. Casi podía ver sus ojos frente a mí, como si aún pudiera ser capaz de hablar —Ángel mío, te extraño cada día. Supongo que nuestros deseos cambiaron, y mírame, mi sueño de ser un auténtico rockstar no se cumplió. Pero soy feliz siendo godín —me burlé de mí mismo. Podría jurar que ella está riéndose all igual que yo —Siempre serás el amor de mi vida, porque nunca me cansaré de enamorarme incluso de tus recuerdos. ¿Cómo carajos puedes lograr ser inolvidable incluso... ahí como calaca? ¿Sabes? Cuando Freddy te decía huesuda... hace tiempo no sé nada de ese cabrón —me interrumpí pensándome bien lo que acababa de decir. ¿Qué sería de todos ellos? —Te prometí tantas cosas y no cumplí, siempre lo lamentaré. Pero confía en mí, llevo mejor tu partida, y sobre todo te llevo conmigo a todos lados. Fotos, cámaras, plasmada en mi piel, cariño —aseguré tratando de que mi voz no se rompiera, fallando. Lo nuestro iba más allá de una simple conexión por la fotografía, éramos mucho más que eso... siempre lo fuimos. Bajé la mirada y decidí ponerme en pie, espantando las lágrimas. Amar puede hacer daño algunas veces, pero es la única cosa que conozco —No te preocupes por Sr. Orejitas, él está muy bien con Filomena y se aman mucho —suspiré profundamente, negando lentamente —Mierda, es inútil porque sé que no estás aquí. —y cuando se pone difícil, sabes que algunas veces se puede poner difícil, pero es la única cosa que nos hace sentir vivos

Ecos »Jos CanelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora