Capítulo 8. Al agua.

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Narradora omnisciente.

Tras montar en la limusina, esta arrancó para realizar el trayecto de regreso a la mansión. Una vez en la mansión cada cual se fue a su respectiva habitación.

Aria se sentó en la sala, en un sillón, con una revista en la mano dispuesta a leerla. Estaba tan centrada en la lectura que no se dio cuenta de que Ayato se había sentado a su lado y la estaba mirando expectante.

-Que aburrido-. Dijo el chico con una notoriosa pereza en su voz, lo que hizo que la joven sentada a su lado se sobresaltase y su corazón casi se le saliese del pecho del susto recibido y diese un salto acabando en el borde del sillón.

-No hagas eso-. Demandó Aria al mismo tiempo que golpeaba al chico con la revista, la cual había enrollado anteriormente para realizar dicha acción de golpear a Ayato en la cabeza como si este fuese un perro que había sido malo.

-¿Que no haga que?-. Preguntó Ayato con falsa inocencia ya que él sabía perfectamente a lo que Aria se refería.-A asustarme de ese modo-. Se notaba el descontento en su voz pero todo su enfado fue rápidamente sustituido por una sonrisa ya que no podía resistirse a la sonrisa que se encontraba en el rostro del joven.

-Lo siento-. Dijo con falso arrepentimiento mientras en él seguía esa sonrisa que hacía que ella se derritiese.-Está bien, pero no lo hagas nunca más y si, esta revista es aburrida pero no tengo nada mejor que hacer y así paso el tiempo-.

Él sonrió de manera algo perversa y tras levantarse de su asiento le ofreció la mano a ella.-Ven conmigo-. Ella dejó la revista a un lado y sin más aceptó la mano que él le ofreció y ambos caminaron siendo guiados por Ayato.

Él los condujo hasta un lago que se encontraba en los terrenos de la mansión. Era un lugar tranquilo y apacible, donde lo único que se escuchaba era el canto de los grillos ya que era de noche y el leve sonido del agua en calma.

Ella se acercó al algo para apreciarlo mejor y esa fue su oportunidad, Ayato, con un leve empujón la lanzó al lago, donde la joven comenzó a nada como pudo ya que ella nunca había aprendido a nadar y se estaba ahogando poco a poco.

Ayato, al ver la escena, recordó como una vez su madre,Cordela, cuando él era niño le tiró al agua a modo de castigo ya que él no sabía nadar y como su tío observó aquella escena sin hacer absolutamente nada para salvarlo.

Cuando reaccionó no vio a la chica, por lo que desesperado se lanzó al lago para salvarla. Una vez la tuvo consigo salió del lago con la chica en sus brazos inconsciente y la dejó con el mayor cuidado posible sobre le verde pasto iluminado por la luna llena.

Comenzó a hacerle el boca a boca para hacer que el agua de los pulmones de ella saliese y entrase el oxígeno. Unos segundos más tarde Aria comenzó a toser y escupir el agua que salía rápido de sus pulmones, por lo que Ayato pudo respirar un poco más tranquilo.

-Has intentado matarme-. Demandó la joven aun tosiendo y con falta de aire por el casi ahogamiento.-Pensaba que sabías nadar, lo lamento-. Dijo él realmente arrepentido y aún con el miedo en el cuerpo debido a que por varios segundos pensó que iba a perder a la mujer que él amaba.

-Pues no, no se nadar, nadie me enseñó a nadar-. Ella se levantó del suelo sin aceptar la ayuda de Ayato que anteriormente le había ofrecido para levantarle y comenzó a caminar toda mojada de nuevo para la casa.

Él la seguía a una distancia prudente, ya que no solo quería darle su espacio para que se calmase, sino que también se sentía culpable. Ella no podía parar de pensar en como él casi la mataba, pero en u momento dado recordó los ojos llenos de preocupación, miedo y arrepentimiento de él y pensó que había sido solo un accidente.

Se paró en seco y extendió la mona hacia el lado para que él la agarrase, cosa que Ayato hizo con mucho gusto y felicidad, ya que eso significaba que ella ya no estaba enfadada y que por suerte le había perdonado el hecho de que casi la había matado.

Los dos caminaron de vuelta a la mansión cogidos de la mano y sonrientes, tal y como si fuesen una verdadera pareja feliz de enamorados. Una vez llegaron a casa fueron recibidos por Hanna, quien nada más verlos corrió a preguntar que les había ocurrido a los dos.

-Un pequeño percance-. Dijo Aria sonriendole a  Ayato sonrojada, quien le correspondió con una sonrisa cómplice.- Esta bien, id a ducharos y cambiaros anda-. Dijo Hanna un poco soñolienda ya que era casi la hora de irse a dormir.

Ellos dos asintieron y cada uno fue a su respectiva habitación para tomar una ducha caliente y quitarse el frío del agua del lago. Tras eso se pusieron el pijama y se fueron a dormir al igual que todos los demás.

Hola mis amores, aquí os dejo un nuevo capítulo, espero que os guste, nos vemos pronto, os quiero. Besos y abrazos.

MÓNICA.


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