Capítulo XXI

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XXI

Habían pasado tres días.
Evadí los encuentros con Maxon a propósito. No quería encontrármelo. No quería caer, ni ceder.
Celeste estaba recostada en mi cama leyendo una revista mientras yo jugaba a golpear las teclas del piano sin generar ningún sonido armonioso —lo habían arreglado luego del último ataque—. Estaba desanimada y perdida.
Las últimas dos noches apenas había comido y las ganas de llorar se acentuaban cuando me encontraba sola.
Cada vez que sonaban golpes en la puerta de la habitación mi corazón daba un brinco. Pero nunca era Maxon.
Al parecer mi mensaje le había llegado fuerte y claro: O haces las cosas bien o dime adiós para siempre.

Me apoyé con el codo y toqué las teclas con aburrimiento. Celeste bufó.

—¿Quieres dejar de hacer eso? —gruñó—. ¡Qué molestia!

—Si te molesta tanto ¿por qué no te vas a tu habitación? —espeté. Mi voz se quebró. Celeste alzó una ceja y se sentó en mi cama. Suspiró agitando la cabeza.

—¿Y a ti qué te pasa?

—Eso debería preguntar yo...

Los labios de ella se fruncieron.

—Estoy con el periodo —soltó sin más—. Pero no creo que compartamos la fecha, así que dudo que tu cara de mártir sea por eso. Anda suelta, ¿qué te pasa?

Alcé la mirada.

—¿Realmente tienes el descaro de preguntar? —mascullé—. Te invité aquí para que me ayudaras no para que...—me mordí los labios. Celeste suspiró, comprendiendo.

—Solo les di un empujón —dijo encogiéndose de hombros.

Los últimos días no había querido verla. Estaba tan enfadada conmigo, con ella y con Maxon que si los veía explotaba. Nunca supe qué hizo durante esos días, pero probablemente no perdió el tiempo.

Esa mañana llegó a golpear la puerta y entró a trompicones a la habitación exigiendo la diversión que tanto le había prometido.
Le dije que había estado indispuesta los últimos días y que podía quedarse un rato en mi habitación antes de ir al partido de polo. Aunque en realidad el ánimo tampoco me acompañaba.

—La próxima vez que nos quieras ayudar, no hagas nada —le pedí agotada. Cubrí las teclas con la tapa del piano y me acerqué hasta la cama. Me arrojé a un lado de ella mirando las luces que estaban enredadas en el techo del dosel.

Me miró de costado.

—¿Realmente fue tan malo? —quiso saber. No se escuchaba ni curiosa ni molesta. Su tono más bien era como si no pudiera creer que me estuviera quejando—. No besabas a ese hombre en un año, y déjame decirte que sé lo que es besar esa boca —fruncí el ceño. No quería saber esos detalles—. ¿Cuál es el problema? Ambos perdieron el control. Lo único que hice fue darles un empujón para que dejaran fluir ese deseo. No fue mi culpa. Siempre ha estado ahí. El alcohol solo lo liberó.

—¡Y esa es justamente la razón por la que no te puedo perdonar! ¡Ese deseo debió haberse quedado guardado donde estaba! —me senté de golpe llevándome las manos a la cabeza—. No quiero que Maxon sienta que tendrá todo fácil. El hecho de que yo no tenga a nadie en este momento le da la seguridad para creer que puede retenerme, tiene la esperanza que volveremos a estar juntos. Pero él ni siquiera hace algo por acabar con el compromiso que tiene con Kriss. ¿Cómo puede ser tan... inmaduro y seguir con ella cuando a la más mínima falta de atención no pierde la oportunidad de decirme cuanto me quiere?

Frunció los labios.

—Es hombre, no sé qué esperabas. Ellos dicen que somos nosotras las complicadas, pero ya ves... Maxon se lleva el premio al troglodita del año —abrió la revista en alguna página y me la mostró—. Mira la primera plana —dijo.

La Única (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora