Capítulo XXXIII

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XXXIII

Me desperté con un fuerte dolor de cabeza. La luz me molestaba y el aroma a detergente me picaba la nariz.
Al principio fue difícil enfocar, intenté abrir los ojos pero todo me era borroso. Me apoyé sobre los codos y sentí bajo mis brazos algo mullido y suave.
Cuando pude finalmente acostumbrarme a la luz recordé lo que había sucedido: Los sureños me habían secuestrado.

Comencé a entrar en pánico. Me levanté y tropecé con una manta que cubría mis piernas. Caí al suelo sobre una alfombra.
Al sentir mis piernas libres y sin el peso del vestido que había usado para la boda, descubrí que alguien me había cambiado de ropa. Ya no llevaba el vestido, sino que unos pantaloncillos hasta las rodillas de algodón color caqui y una camiseta de tiaras blanca.

El cabello lo tenía amarrado en una cola.
Estaba descalza y bajo la cama había unas zapatillas planas y blancas.

Me senté en la alfombra y miré alrededor. Estaba en una habitación de paredes grises sin ventanas. A mi lado estaba la cama pegada a la pared y al otro había una mesa que tenía toallas dobladas y un vaso con agua. A un costado de la mesa había una puerta abierta que revelaba un baño, y frente a mí, a dos metros, había otra puerta. Pero ésta era metálica, no tenía pomo y una ventanilla rectangular estaba empotrada en la parte superior. Una cortina de metal cubría el vidrio.
Era una especie de celda, pero todo olía limpio y se veía impecable. Sobre mi cabeza el techo estaba hecho de paneles cuadrados, y en cada panel había una pequeña luz redonda que iluminaba todo agradablemente.

En una de las esquinas había una cámara de seguridad.

-¿Qué...?

Me puse de pie y me tambaleé cuando mis piernas intentaron sostenerme. Me agarré contra la mesa y abrí y cerré los ojos varias veces para que el mareo se fuera. Al bajar la cabeza vi al lado del vaso de agua una nota de papel: "El agua tiene ibuprofeno. Para los malestares."

Por supuesto no me la iba a beber. Me alejé rápidamente y me acerqué hasta la puerta aún sintiendo el suelo de gelatina.
Me apoyé contra ella e intenté abrir la ventanilla, pero la bloqueaba un vidrio. La cortina metálica estaba por el otro lado.

-¿Hola? -grité-, ¿hay alguien?

Mi voz se escuchaba rasposa. ¿Dónde estaba? ¿Cuánto había dormido? ¿Se habrá salvado Kriss? ¿Cómo estarían mis amigos? ¿Y Maxon? ¿Qué sería de ellos?

Me llevé los brazos al pecho y me abracé con miedo. ¿Qué pretendían hacerme?

Volví a mirar alrededor. Para ser una celda estaba todo muy ordenado. Además, la cama era muy cómoda.
Si me habían secuestrado con la intención de dañar, entones ¿para qué la comodidad?

Cuando al otro lado de la puerta se escuchó un sonido me alejé rápidamente retrocediendo de espaldas. Caí sentada al borde de la cama cuando mis pantorrillas chocaron con el colchón. Un chasquido hizo eco en la celda y la puerta se abrió hacia adentro.

Me agazapé en la cama con miedo, pero por ella entró un chico. En realidad, lucía mucho más grande que yo. Fruncí el ceño un segundo.

-Genial, estás despierta -dijo en tono amistoso. En sus manos tenía una bandeja con comida. Olía a carne asada.

No dije nada. Lo vi acercarse y dejar la bandeja sobre la mesa. Lo observé en silencio. Tenía el cabello largo hasta la cintura repleto de trenzas y una barba tupida cubría su rostro. Era rubio y tenía los ojos claros.
Vestía con pantalones desgastados y una camiseta de un grupo de música.
Pero no tenía el cuerpo ni la contextura de los sujetos que me habían raptado. Era totalmente normal.

La Única (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora