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Mis aspiraciones empezaban a tomar un ritmo acelerado dentro de aquel entorno. Como si mis pulmones estuvieran destinados a atrapar el olor a desinfectante mezclado con medicamentos por el resto de mi vida; como si mis pupilas tuvieran que resignarse ante la incandescente iluminación dentro de aquel entorno color cal.

Definitivamente el blanco se había convertido en el color que más odiaba, y aquel hospital el escenario de una pesadilla diaria que debía mantener en secreto.

Las cosas que yo hacía, se resumían en un complejo ejercicio matemático en el que decidía errar el resultado a propósito. Porque si cometes una equivocación el profesor simplemente lo corrige ahorrándote el estrés de resolver el problema, o quizás sólo anhelaba que alguien me ayudara porque no hallaba una solución a todo.

Siendo sincero, en el fondo decidía ignorar el resultado correcto porque el - Todo estará bien - sonaba más bonito.

Sentía miedo cada vez que me encontraba frente a aquella puerta gris, con el cartel de "Se prohíben visitas por prescripción médica."

Verlo me recordaba que de alguna forma, ya lo había perdido.

Los gritos dentro de aquella habitación me alteraron de cierta manera, porque se suponía que debía estar durmiendo; solté el bolso donde llevaba su cambio de ropa y abrí la puerta encontrándome con una escena que parecía arrancarme el corazón y estrujarlo frente a mis ojos.

- No puedes entrar ahora -. Un brusco empujón por parte de un enfermero me desequilibró un poco haciéndome retroceder torpemente aún con mis pupilas puestas en él.

- ¡Jinan! ¡Jinhwan! ¡Ayúdame!

Lucía completamente indefenso temblando en un rincón de la habitación, corrí hasta él chocando intencionalmente el hombro con el chico que me había empujado dedicándole una de mis miradas más amenazantes.

No me importó embarrarme con la pintura al abrazarlo, tampoco me importaron los trozos del espejo roto hasta que noté que la pintura se sentía extraña. Era su sangre.

- ¿Ellos van a llevarme al manicomio? - Sus manos se aferraron a mí con fuerza - ¡Tengo mucho miedo! ¡No me dejes!

- No permitiré que te lleven a ninguna parte -. Tomé su rostro entre mis manos limpiando las manchas rojas en él que ya se estaban secando sobre su piel.

Lucía completamente demacrado, con ojeras, con aquel brillo en los ojos completamente ausente y manchas moradas esparcidas por su nívea piel haciendo pasar desapercibidas aquellas marcas viejas de arañazos.

Empezó a tararear una canción a la par que empezaba a llorar, yo acompañé su canto para tranquilizarlo mientras esperaba a que llegara la doctora a cargo; la alta mujer pelinegra entró minutos después regañando a la gran cantidad de enfermeros aglomerados en la habitación haciendo que casi todos salieran cerrando la puerta.

Percepción erranteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora