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Desperté con la espalda molida y con caca de perro en las zapatillas, pero más feliz que nunca en la vida. A pesar de las legañas y la baba seca que tenía en la comisura de los labios, Ibizo se veía hermoso durmiendo.

-¡Toalla! -gritó Chuainstaiger a mi espalda, sonriente, y me levantó el dedo pulgar.

Ibizo despertó con el grito y se estiró.

-Madre mía, ¿hemos dormido acá afuera? -dijo somnoliento.

Me reí y le di un beso sin importar que no nos hubiéramos lavado los dientes.

-Desperté hace un rato -le dije-, pero tenía miedo de abrir los ojos y que todo hubiera sido un sueño.

-Tu gato va a estar orgulloso de ti.

Miré al horizonte e imaginé a Teodoro guiñándome un ojo. Si, seguramente iba a estar muy orgulloso de mi.

Bajamos de la mano a tomar desayuno sin siquiera ducharnos y todos nos quedaron mirando. Tulenka sonrió y nos felicitó, pero no habló durante toda la comida. Yo estaba segura de que Ibizo le gustaba de verdad y me dio pena por ella,una pena que solo podía sentir porque ahora tenía a Ibizo para mí.

-¡Me dejaste el camino libre! -me dijo un Obiwan radiante de alegría mientras subíamos a la habitación-. ¡Gracias!

Subí a mi pieza para desarmar las maletas, buscar toallas y ducharme. Cuando iba saliendo vi un calendario que había colgado en la pared y caché que solo quedaban tres semanas para volver a Chile. ¿Qué haríamos entonces? No quería pensar todavía en ese inexorable futuro. Disfrutaría ese día como nunca.

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Me sentí bacán caminando por las calles cordobesas con Ibizo de la mano. Pesaba cinco kilos menos que cuando había llegado y, aunque seguía con sobrepeso, me sentía la mina más rica de la faz de la tierra.

-Joder, pero qué guapos somos -dijo Ibizo cuando nos reflejamos en el vidrio de una tienda.

-Somos los más mijitos ricos y más bacanes de este país y ni siquiera somos de acá -dije, feliz-. ¡Hemos pasado por tantas cosas para esto! ¿Crees que nuestra historia de amor dé como pa' hacer un libro?

-Un libro de mierda, pero por qué no.

Decidí que ese día haríamos todas las cosas que hacen las parejas felices. Fuimos a tomar helado, pero como yo estaba a dieta solo pedí una bola mientras Ibizo pidió tres.

-¿Cómo comís tanto y no engordái? -le pregunté con envidia. Si hay algo que odio de la mayoría de los hombres es que comen como mastocerdos y siguen igual de flacos.

-Es la digestión. Cago tres veces al día.

Lo miré con cara de asco porque no quería tanta información.

Fuimos al cine Gran Rex, pero ni vi la película de tanto mirar el rostro de perfil de Ibizo, que se mandó una caja familiar de cabritas. Qué suerte tenía yo. Un español mijitorrico de metro noventa, bronceado y guapetón, con acento muy sensual, solo para mí. La suerte de la fea, la bonita la desea, y es cierto.

Había dejado mis lentes en el hostel para tirar más pinta pero la había cagao porque no veía los subtítulos. Dah, a la mierda los subtítulos, tenía algo más lindo que observar. Y así, como las weonas, me quedé mirando a Ibizo hasta que la película acabó.

Después paseamos de la mano por la plaza San Martín e Ibizo me regaló unos lentes de cuneta que me gustaron.

-Te irás a vivir a Chile conmigo, ¿cierto? -le pregunté mientras entrábamos a una farmacia a comprar champú, que se me había acabado.

Ibizo frunció el ceño y me miró, complicado.

-Había olvidado mencionartelo. Verás, mi hermano Miguel se haría cargo del negocio familiar. Mi madre ya está muy mayor y quiere descansar, pero el gilipollas de mi ha decidido ir a vivir con su esposa a Dinamarca y mi madre dice que es mi obligación tomar su responsabilidad.

-¿Y eso?

-Y bueno, pues eso quiere decir que estoy obligado a regresar a Ibiza una vez que mi hermano se vaya. Me ha dicho que la casa en Tres Cantos la alquilaremos y que yo debo volver a mudarme a la isla.

-¡Pero tú eres bioquímico! -dije enojada-, ¿No quiere que ejerzas tu profesión? ¡Puedes ejercerla en Chile incluso!

-Bueno, pues sí, había pensado en eso. Pero verás, el negocio de los bares en Ibiza va de perillas y de bioquímico no ganaría ni un décimo de lo que nos da el negocio familiar. Así que había pensado que quizá, si todo va bien entre nosotros, quieras tú mudarte a Ibiza conmigo. Yo no tengo problemas y mi madre estará encantadísima.

-¿Y mi gato?

-Pues lo llevas contigo y lo adiestramos para que se convierta en bartender o mesero y tal.

Me imaginé a Teodoro cono bandejas sirviéndole copete a españoles curaos y me dio risa pero después di un grito de felicidad al imaginarme a mí de guata al sol en Ibiza, agarrando un bronceado espectacular como el de Ibizo y después volviendo a Chile hablando como Amaro Gómez Pablos.

Almorzamos en un restaurante italiano y quedamos tan llenitos que decidimos volver al hostel a tomar una siesta. Nos acomodamos en mi cama y me acurruqué en su axila. Pensé que nunca me quedaría dormida porque su belleza era un distractor muy tremendo, pero no me di ni cuenta cuando cerré los ojos y ya no supe más.

Entrada la tarde despertamos de la siesta y decidimos ver una serie que todo el mundo había visto y todos recomendaban, pero que ni Ibizo ni yo habíamos pescado: Breaking bad.

Nos acurrucamos en el mejor sillón del hall del hostel justo frente a la tele, y miramos feo a todo aquel que osara a sentarse cerca, porque queríamos regalonear solitos.

-¡Andá a cagar! -nos gritó Cuantascopas cuando le apagamos la Play Station.

-Juegas todo el día lo mismo, todos los días -lo puteó Ibizo-. Déjanos el mando de la tele un momento, gilipollas.

Cuantascopas nos levantó el dedo del medio a los dos en nuestras caras, pero tuvo el suficiente tino como para irse a la chucha.

Y los besos y los abrazos iban y venían, y todo iba bien. Lucas nos miraba desde la recepción y de vez en cuando nos sonreía o nos ofrecía bebidas.

-¡Tráenos una Coca-Cola, Lucas, porfa! ¡Pero que no sea Life!

Lucas rió y se dio vuelta para ir al refri de la cocina, pero justo en ese momento sonó el timbre.

-... No hay habitaciones disponibles por el momento -alcancé a escuchar-... Ah ¿ella? Sí, sí, se hospeda acá mismo. Mirá, que está acá en el sillón, pasá. ¡Eh, Pepi, te buscan!

Lucas se asomó en el hall acompañado de un hombre que iba vestido entre formal y casual. Llevaba una camisa beige y pantalones negros, con las manos metidas en los bolsillos. Era alto, pero no tan alto como Ibizo, y muy guapo dentro de su formalidad.

Ahogué un gritito automáticamente porque, a pesar de que el gallo era guachón, también era la persona que menos hubiese querido ver en ese momento. Y en todos los momentos. Y en mi vida entera.

El Español.

Pepi La Fea 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora