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-¡PUTA MADREEEEEEEEEEEE!

El grito que se mandó el Español se escuchó hasta en Rusia. Yo ni weona aproveché esos instantes en que se sobaba los coquimbanos y salí como flecha mórbida dispara hacia afuera.

Forcejeé la puerta y estaba cerrada. El Español salió corriendo detrás de mí, entonces pesqué la botella vacía de vino y se la reventé en un hombro.

-¡HIJA E' PUTA!

Nos agarramos y me olvidé de mi feminidad. Le di todas las patás que pude y el weón me mechoneó y me cacheteó. En un descuido del Español, agarré un sartén que había colgando y le mandé un sartenazo tan fuerte en la cabeza que se tambaleó aullando.

Corrí hacia la ventana y la empecé a reventar a puros sartenazos. No tenía reja por fuera, así que después de unos segundos de golpes brutales con más fuerza que Schwarzenegger estítico logré romperla.

Trepé el mueble de cocina y me tiré por la ventana como en las películas gringas. Me enterré chorrocientos vidrios por todos lados, pero la adrenalina me impidió sentir dolor. El Español aweonao trató de seguirme por la ventana también, pero aulló de nuevo porque seguramente se enterró un vidrio en las manos, así que corrió a darse la vuelta para salir por la puerta.

Yo no esperé a ver si lograba salir o no. Me levanté como elefante recién nacido y corrí como si mi vida dependiera de eso. Quizá realmente mi vida dependía de eso: el Español estaba armado. A puras patás rompí el vidrio del auto, abrí la guantera, saqué mi celular y salí corriendo a toda velocidad de la que eran capaces mis gordas piernas.

-Si salgo de esta me meto a un gimnasio -me repetía y me repetía mientras corría por el camino de tierra por el que habíamos entrado, sintiéndome perseguida igual que en esas pesadillas de dinosaurios que tenía cuando era chica.

Me dolía el flato y tenía la garganta seca, pero por nada del mundo iba a detenerme. Solo pensaba en Teodoro, en mi abuela y en los gramos de grasa que iba a adelgazar después de esa mansa maratón.

-¡REGRESA O TE MATO! -gritó la voz del Español detrás de mi, a la distancia.

Entonces fue como si me metieran un cohete a propulsión en el culo. Saqué fuerzas de todas esas hamburguesas del McDonald's que tenía acumuladas en la grasa de la guata y seguí corriendo sin cachar bien hacia donde, mientras la tarde empezaba a caer sobre el mundo.

-¡AYUDA! ¡AYUDA! -grité cuando unas casas asomaron en la orilla del camino, pero nadie me pescó. Ya no daba más. No podía seguir corriendo, así que empecé a caminar rápido hacia otro bosque que había en la orilla y traté de perder la pista ahí.

-Prende, prende, prende, celular culiao -le decía a mi teléfono.

En momentos de desesperación incluso un aparato móvil puede ser un buen interlocutor. La weá prendió con un 5% miserable de batería y pa' más cagarla la señal no agarraba.

-¡Compañía y la conchetumadre!

Seguí caminando con el celular en alto para que me agarrara la señal, pero no pasaba nada. Entonces abrí WhatsApp y le mandé un mensaje a todos los conocidos de Córdoba, incluso a Chuainstaiger. Si la señal agarraba en algún momento, los mensajes les iban a llegar. Era lo único que podía hacer antes de que se me apagara el teléfono.

《AYUDA. ESTOY SECUESTRADA. ES EL ESPAÑOL. ESTOY AL SUR DE CARLOS PAZ, POR UNOS BOSQUECITOS, OBIWAN CACHA DONDE ERA CREO. LLAMEN A MI ABUELA Y A MI GATO POR FAVOR. NO ES UNA BROMA.》

Unos instantes después el celular se apagó.

Seguí caminando no sé cuanto tiempo, mientras me caían las lágrimas y mi vida pasaba ante mis ojos. ¿Cómo era posible que todo terminara así de mal? Ibizo de vuelta en España, odiándome. El Español desquiciado. Mi familia amenazada y yo abandonada a mi suerte en otro país, huyendo de un secuestro, el secuestro más freak de la historia de los secuestros.

Pepi La Fea 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora