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No sé exactamente a qué hora desperté, pero ya era tarde a juzgar por la luz. Apenas podía enfocar. Tenía los ojos pegados con las legañas más viscosas de mi vida y sobre mi pecho había un perro con pelones de tiña durmiendo.

-Oh, conchesumadre -dije y me lo saqué de encima.

Estaba acostada debajo de los asientos de un paradero de micro y a mi lado estaba Obiwan durmiendo con el hocico abierto.

-Obi... Obi... despierta... -lo sacudí un poco-. ¿Qué cresta nos pasó?

Obiwan balbuceó cosas que no entendí.
Me puse de pie y me sacudí los pelos del perro. Miré a mi alrededor y vi que estábamos en una zona que me era absolutamente desconocida.

-¿Dónde chucha estamos? -preguntó Obiwan, somnoliento, poniéndose de pie a mi lado. Se metió a los bolsillos en busca de su celular y sólo encontró un encendedor-. No entiendo nada, ¿qué pasó?

Nos fuimos caminando hacia unas casas con el perro tiñoso siguiendo nuestros pasos. Ninguno de los dos recordaba lo que había pasado, ni ese día ni el anterior.

-Estábamos bañándonos en el lago -decía Obiwan mientras arrastrábamos las patas por una calle-, ¿qué onda? ¿Teletransportación?

-Nos abdujeron los ovnis -concluí medio convencida.

Finalmente nos encontramos con una señora que estaba cerrando la reja de una casa.

-Disculpe -le pregunté-, ¿qué parte de Carlos Paz es ésta?

Me miró extrañada.
-Villa Independencia. -Rió- Estás reperdida, nena, ¿eh?

Con Obiwan nos miramos.

-¿Villa Independencia?

-Y claro. -Se rió más fuerte-. Al sur de Carlos Paz.

No teníamos plata, ni documentos ni comida ni teléfonos ni nada.

-Hay que volver -le dije a Obiwan-. Deben estar más preocupados que la cresta por nosotros. Manso Hangover que nos mandamos.

Y en mi mente imaginé a Ibizo y Tulenka aprovechando nuestra ausencia para hacer quién sabe qué cosas. Me angustié.

-Si po', pero ¿cómo? ¿A dedo? -respondió Obiwan-. ¿Y si nos violan los camioneros?

-Mejor que nos violen en un camión a que nos violen en la vía pública -dije mirando a unos viejos curaos que estaban parados en la esquina.

Después de cuarenta minutos de hacer dedo y una hora y media de viaje en un camión lleno de gallinas, logramos llegar al centro de villa Carlos Paz. Estaba oscuro y el sector donde nos habían dejado no era de lo más hermoso. Había gente fea en la calle que nos miraba como si vieran zombies, y con Obi tuvimos miedo.

-No se te ocurra salir corriendo, que yo me canso de correr a las dos cuadras -le susurré.

De la nada una mujer nos interceptó. Era rubia, alta y corpulenta. Las luces de la calle le iluminaron el rostro y caché que había estado llorando, porque tenía todo el rímel corrido y manchas de lágrimas negras salpicaban sus mejillas.

-Disculpen, ¿tienen fuego? -nos dijo sacando un cigarro. Su voz estaba quebrada y ronca.

Era un travesti.

Con Obiwan nos miramos antes de reaccionar, no sin temor.
Yo estaba segura de que en cualquier momento nos iba a asaltar.

-Eh... toma, acá tengo un encendedor dijo Obi hurgándose los bolsillos y luego alcanzándole fuego a la mujer.

Pepi La Fea 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora