CAPITULO 3

63 13 12
                                    

Cassie se despertó sobresaltada a la mañana siguiente y, con un dolor de cuello insoportable, trató de incorporarse lentamente mientras se pasaba una mano por su cuello.

Cuando lo logró, empezó a abrir sus ojos lentamente y al ver el televisor plasma gigante frente a ella recordó todo.

«No no no no no. Dime que no es cierto», pensó Cassie.

Puso sus codos sobre sus rodillas y se frotó la frente. Miró un poco a los alrededores.

Si, definitivamente ese no era su departamento.

Cassie hizo unos leves movimientos con el cuello para acomodarlo y se levantó del sofá tirando al suelo la manta que la cubría.

Justo a su izquierda, sobre el desayunador de la cocina, estaba su bolso. Cassie fue rápidamente hacia él mientras daba rápidas miradas al piso superior.

Cuando llegó, lo primero que miró fue su teléfono. Tenía cobertura.

«¡Qué bastardo!», pensó Cassie.

Él no le había avisado cuando la cobertura regresó. Él sabía que ella quería irse a casa, pero la dejó dormir.

¡Oh Dios mío! Los peores pensamientos pasaron por su cabeza en ese momento y comenzó a revisar su cuerpo. Todo parecía estar en su lugar y no sentía los efectos de ninguna de las drogas. Por lo menos, no de las que ella conocía o de las que ella solía tratar. 

Está bien. Tranquila, Cassie. Solo te quedaste dormida.

Miró la pantalla de su teléfono y todas las llamadas perdidas de Claudine.  Ella quiso golpearse a sí misma. ¡Cómo pudo haberlo olvidado! Claudine estuvo toda la noche sola. El psiquiatra de Claudine le había dicho que no debía dejarla sola tanto tiempo porque podría sufrir otra recaída. Pasaron muchos años, pero sabía cuánto le estaba afectando la situación de Cristian y no era del tipo de personas fuertes como ella.

Cassie había tenido sus momentos difíciles también, pero, gracias al cielo, se dio cuenta a tiempo. Sobre todo después de la muerte de su madre, ella nunca vio las cosas de la misma manera y dejó las drogas. Fue adicta durante tan poco tiempo que sus psiquiatras le dijeron que no existía la posibilidad de otra recaída, pero ellos no conocían cómo era su vida. El estrés de ser perseguida por medio país podía cambiar un poco las estadísticas. Pero ella era fuerte, podía soportarlo y, además, a ella realmente no le gustó lo que las drogas hicieron con su vida. Claudine no era igual.

Tomó su teléfono, marcó el número de Claudine y se dirigió al lugar más alejado que pudo.

—¿Hola? —respondió una voz muy dormida del otro lado de la línea. Claudine.

—¿Claudine?

—¿Cassie? ¡Oh  dios mío! ¡Cassie! ¿Dónde demonios estás? Te fuiste con Tony, ¿cierto? Mira, soy tu mejor amiga y tu compañera de casa, creo que me merezco que me digas que no vendrás por las noches, ¿sabes? Realmente me preocupé.

—No, Claudine. No estuve con Tony. ¿Tú cómo estás?

—Bien. Estoy muy cansada y me levanté con un terrible dolor de cabeza, pero estaré bien.

Mierda.

—Claude, dime que no lo hiciste.

—¿Que no hice qué, Cassie?

—Ya sabes de lo que hablo.

—Mira, Cassie, la única droga que probé esta noche fue la comida china y te aseguro que esa mierda ya es lo suficientemente fuerte, ¿de acuerdo? Quedé muy llena. Por cierto, tu comida se enfrió y la tuve que comer.

CASSIEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora