CAPÍTULO 10

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Cristian caminaba por la calle hacia el auto. Se había vestido con jeans grises, un Montgomery negro y lentes oscuros. Él estaba cargando con Claudine dormida en sus brazos.

¿Qué demonios estaba haciendo?

Estaba implicando a quien había sido una de sus mejores amigas de toda la vida y la estaba involucrando en el fuego cruzado.

Estaba haciéndolo recomendado por Benjamín. No había sido fácil que Graves superase el pequeño incidente con Violet, pero, después de que lo dejara golpearlo un poco más para desahogarse, finalmente lo superó. Una vez que Benjamín pudo pensar con claridad, le dijo que no era un hombre rencoroso y que aún tenían una misión que cumplir. Fue entonces cuando recordó la existencia de Claudine Becket.

Él no quería hacerle esto. Él la quería como una hermana, habían pasado millones de momentos divertidos juntos desde que eran pequeños y él nunca lo olvidaría.

La situación no sería la misma si él estuviese convencido de que ella estuvo involucrada con Cassandra. Era innegable que estaba de su lado, pero esa noche lo único que vio en los ojos de Claude fue asombro y terror, no indignación y enojo.  

«No lograran que me arrepienta. No, señor» , pensó.

Sin embargo, el único objetivo de Claudine en la guarida era actuar como cebo para atraer a Cassandra. Cuando ella estuviera aquí, Claudine se iría como entró, sin ningún rasguño. Él se aseguraría de eso.

Cristian pensaba en todo esto mientras llegaba a la guarida y dejaba el auto en la puerta. Estacionó y dio la vuelta al auto para tomar a Claudine y trasladarla adentro.

Cuando bajó del auto, no había nadie en la puerta de la guarida. Era el momento perfecto para que nadie se diese cuenta de cuál era la habitación donde la pondría.

Empezó a mirar a los costados hasta que divisó una habitación vacía y corrió hacia ella con Claudine en brazos. Cuando entró, abrió la puerta despacio y la cerró detrás de él. Se acercó a la cama y posicionó a Claudine sobre ella lentamente y la tapó con el cubrecama.

Una vez que la acomodó, se quedó mirándola por unos minutos. Nunca se había dado cuenta de lo hermosa que era. Tenía un hermoso pelo corto y un cuerpo para nada despreciable. Llevaba un par de pequeños tatuajes en el antebrazo y algunas pulseras.

Cristian estaba volteándose para irse cuando empezó a escuchar gemidos provenientes de Claudine. Demonios. Se estaba despertando.

Él sabía cómo se suponía que las cosas funcionaran en estos casos. Si ella se despertaba, eso significaba que podría gritar o molestar de alguna manera. Si bien la guarida estaba en el lugar más inhóspito que pudieron encontrar, aún tenían alguno que otro vecino a quién podía alertar. Eso sin mencionar que podría intentar contactar a alguien....

Pero eso solo ocurría en los secuestros normales. Donde las víctimas tienen familias preocupadas, amigos y gente que estaba pendiente de ellos constantemente. Este no era el caso.

Además, algo le decía que Claudine no iba a hacer ningún escándalo ni iba a intentar escapar.

A continuación, Cristian escuchó movimientos en las sábanas y, cuando se volteó, Claudine pugnaba por sentarse en la cama mientras cerraba los ojos con fuerza y se sostenía la cabeza. Le había dado una mierda muy fuerte en una dosis como para dormir a un rinoceronte. Era natural que le doliese la cabeza.

Tardó unos minutos en estabilizarse y sentarse por completo en la cama, apoyando su espalda contra la cabecera.

Una vez que lo hizo, lo miró directo a los ojos.

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