VIII.

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La mañana siguiente desperté con un dolor de cabeza insoportable, acompañado de una sed insaciable. Estaba acurrucada bajo las sabanas con todas las luces apagadas. Me senté y mire a la esquina en donde había tirado la camisa de Tom hace días. Tenia que deshacerme de ella. Podría guardarla como recuerdo, pero eso seria un poco raro. Podría cortarla y convertirla en un vestido, pero Tom igual se daría cuenta de que era su camisa.

Finalmente me puse de pie y estire mi cuerpo, todavía pensando en que hacer con la estúpida camisa. Camine por todo mi apartamento y me di cuenta de que estaba completamente sola. Los chicos debieron de haberse ido cuando me quede dormida. Eso también explicaría porque amanecí en mi cuarto cuando me había dormido en la sala.

Fui a ducharme y cuando salí me llene de valor repentinamente. Iba a ir hasta su casa, le iba a dar la camisa y me iba a ir. Cero explicaciones.

Llegue a casa de los gemelos y decidí entrar sin tocar la puerta. Ya la conocía demasiado bien como para saber donde guardaban la llave de repuesto. Para mi mala suerte, tan pronto entre encontré a Tom, Andreas y dos chicos que no conocía en la sala jugando videojuegos. Los cuatro se detuvieron y me miraron. Andreas y los otros dos me saludaron rápidamente y volvieron a jugar. Sin embargo, la mirada de Tom demoro un rato mas en quitar su atención de mi, y por un segundo pensé que podría haber estado preocupado por mi por lo sucedido anoche.

Me detuve por un segundo e inmediatamente pensé que esta había sido una malisima idea. Di la vuelta y volví a salir en dirección a mi auto.

—Alexandra.— Escuche pasos detrás de mi y tuve que detenerme. ¿Me estaba siguiendo? ¿Era la voz de Tom que me llamaba? Me di la vuelta y vi que de hecho era el quien me seguía.

—¿Que?— Pregunte en tono molesto. Quería salir ahí y no quería que el me detuviera.

—¿Podemos hablar?— Se detuvo frente a mi, con rostro optimista.

—No.— Me aparte de el y seguí caminando hasta mi auto. No te detengas, me decía a mi misma.

—Alexandra, espera.— Me siguió. —Mira, se que no quieres hablar conmigo-

—¡Tienes razón! Por fin estamos de acuerdo en algo. Ahora déjame en paz.—Lo mire por encima del hombro y abrí la puerta de mi auto.

—Creo que tenemos que dejar las cosas claras. Por favor, ¿puedes escucharme un segundo? — Tom detuvo la puerta justo cuando estuve a punto de cerrarla. No lo quería ahí.

—Mira. Lo entiendo.— Alce la mirada para verlo. —Piensas que estoy loca. Lo de anoche no debió de haber pasado. Fue un accidente. Bla bla bla. Tienes novia y no quieres que le diga que nos besamos.— Tom me miro, sorprendido. —Si, entiendo. No voy a decirle nada. Solo déjame en paz, ¿ok?— Mire hacia el frente y encendí el motor.

—Eso no es-

—¡Tom!— Volví a mirarlo. —¿Que mas tienes que decirme? Ya ambos hemos dicho lo que teníamos que decir. ¡¿Por que sigues parado en mi puerta?!— Nos miramos por un largo rato y pensé seriamente en empujarlo y acelerar. Pero Bill probablemente me odiaría si le hiciera daño alguno a su querido hermano.

—¿Terminaste?

—Déjame en paz. Ya vete.— Pasaron los segundos y el no se movía. —¡Vete!— Espere a que se fuera, pero el se quedo ahí. Paso un largo tiempo antes de que suspirara y se encogiera de hombros.

—Esta bien. Entonces, ¿no vas a decirle nada?— Lo dijo como si fuera una carga para el estar preguntando.

—No le diré nada si te vas de aquí ahora mismo.— Y sin decir otra palabra se fue. Cerre los ojos y respire profundo. Que situación tan jodida. Abrí los ojos y acelere, manejando sin destino alguno.

Hurricanes & Suns. (Tom Kaulitz)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora