Capítulo 9

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Cuando estaba desayunando a la mañana si-

guiente, el criado hizo entrar a Basil Hallward.

-Me alegro de haberte encontrado, Dorian -dijo el

pintor con entonación solemne-. Vine a verte ano-

che, y me dijeron que estabas en la ópera. Com-

prendí que no era posible. Pero siento que no dije-

ras adónde ibas en realidad. Pasé una velada horri-

ble, temiendo a medias que a una primera tragedia

pudiera seguirle otra. Creo que deberías haberme

telegrafiado cuando te enteraste de lo sucedido. Lo


leí casi por casualidad en la última edición del Glo-

be, que encontré en el club. Vine aquí de inmediato,

y sentí mucho no verte. No sé cómo explicarte cuán-

to lamento lo sucedido. Me hago cargo de lo mucho

que sufres. Pero, ¿dónde estabas? ¿Fuiste a ver a

la madre de esa muchacha? Por un momento pensé

en seguirte hasta allí. Daban la dirección en el pe-

riódico. Un lugar en Euston Road, ¿no es eso? Pero

tuve miedo de avivar un dolor que no me era posible

aliviar. ¡Pobre mujer! ¡En qué estado debe encon-

trarse! ¡Y su única hija! ¿Qué ha dicho sobre lo su-

cedido?

-Mi querido Basil, ¿cómo quieres que lo sepa? -

murmuró Dorian Gray, bebiendo un sorbo de pálido

vino blanco de una delicada copa de cristal vene-

ciano, adornada con perlas de oro, con aire de abu-

rrirse muchísimo-. Estaba en la ópera. Deberías

El retrato de Dorian Gray  - Oscar WildeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora