Alas nueve de la mañana del día siguiente, el
criado entró con una taza de chocolate en una ban-
deja y abrió las contraventanas. Dorian dormía apa-
ciblemente, tumbado sobre el lado derecho, con una
mano bajo la mejilla. Parecía un adolescente agota-
do por el juego o el estudio.
El ayuda de cámara tuvo que tocarle dos veces en
el hombro para despertarlo, y mientras abría los
ojos la sombra de una sonrisa cruzó por sus labios,
como si hubiera estado perdido en algún sueño
placentero. En realidad no había soñado en absolu-
to. Ninguna imagen, ni agradable ni dolorosa, había
turbado su descanso. Pero la juventud sonríe sin
motivo. Es uno de sus mayores encantos.
Volviéndose, Dorian Gray empezó a tomar a sor-
bos el chocolate, apoyándose en el codo. El dulce
sol de noviembre entraba a raudales en el cuarto. El
cielo resplandecía y había en el aire una tibieza
reconfortante. Era casi como una mañana de mayo.
Poco a poco, los acontecimientos de la noche an-
terior penetraron en su cerebro, avanzando a pasos
furtivos con los pies manchados de sangre, hasta
recobrar su forma con terrible claridad. En su rostro
apareció una mueca de dolor al recordar todo lo que
había sufrido y, por un momento, volvió a apoderar-
se de él, llenándolo de una cólera glacial, el extraño
sentimiento de odio que le había obligado a matar a
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El retrato de Dorian Gray - Oscar Wilde
Clásicos- ¿Que es el arte?- preguntó ella. -Una enfermedad. -¿Y el amor? -Una ilusión. -¿La religión? -Lo que sustituye elegantemente a la fe. -Eres un escéptico. -¡Nunca! El escepticismo es el comienzo de la fe. -¿Qué eres entonces? -Definir es limitar. ...