Capítulo 7

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Aquella noche, por alguna razón, el teatro estaba

abarrotado, y el gordo empresario judío que los

recibió en la puerta, sonriendo trémulamente de

oreja a oreja con expresión untuosa, procedió a

escoltarlos hasta el palco con pomposa humildad,

agitando sus gruesas manos enjoyadas y hablando

a voz en grito. Dorian Gray sintió que le desagrada-

ba más que nunca. Le pareció que viniendo en bus-

ca de Miranda se había encontrado con Calibán. A


lord Henry, por el contrario, más bien le gustó. Al

menos eso fue lo que dijo, e insistió en estrecharle

la mano, asegurándole que estaba orgulloso de

conocer al hombre que había descubierto a una joya

de la interpretación y que se había arruinado a cau-

sa de un poeta. Hallward se divirtió con los rostros

del patio de butacas. El calor era insoportable, y la

enorme lámpara ardía como una dalia monstruosa

con pétalos de fuego amarillo. Los jóvenes del pa-

raíso se habían quitado chaquetas y chalecos,

colgándolos de las barandillas. Hablaban entre sí de

un lado a otro del teatro y compartían sus naranjas

con las llamativas chicas que los acompañaban.

Algunas mujeres reían en el patio de butacas, con

voces chillonas y discordantes. Desde el bar llegaba

el ruido del descorchar de las botellas.

-¡Qué lugar para encontrar a una diosa! -dijo lord

Henry.

El retrato de Dorian Gray  - Oscar WildeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora