Capítulo 11

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Durante años, Dorian Gray no pudo librarse de la

influencia de aquel libro. O quizá sea más exacto

decir que nunca trató de hacerlo. Encargó que le

trajeran de París al menos nueve ejemplares de la

primera edición en papel de gran tamaño, con

márgenes muy amplios, y los hizo encuadernar en

colores diferentes, de manera que se acomodaran a

sus distintos estados de ánimo y a los cambiantes

caprichos de una sensibilidad sobre la que, a veces,

parecía haber perdido casi por completo el control.

El protagonista, el asombroso joven parisino cuyos

temperamentos romántico y científico estaban tan

extrañamente combinados, se convirtió en prefigu-

ración de sí mismo. Y, de hecho, el libro entero le

parecía contener la historia de su vida, escrita antes

de que él la hubiera vivido.

Había, sin embargo, un punto en el que era más

afortunado que el fantástico protagonista de la nove-

la. Nunca padeció el terror, un tanto grotesco -

nunca, de hecho, tuvo razón alguna para ello-, que

inspiraban los espejos, las brillantes superficies de

los metales y el agua inmóvil al joven parisino desde

una temprana edad, terror ocasionado por la repen-


tina desaparición de una belleza que en otro tiempo,

al parecer, había sido extraordinariamente llamativa.

Dorian Gray solía leer, con un júbilo casi cruel -y

quizá en casi todas las alegrías, como sin duda en

El retrato de Dorian Gray  - Oscar WildeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora