Fue el nueve de noviembre, la víspera de su trigé-
simo octavo cumpleaños, como Dorian recordaría
después con frecuencia.
Regresaba de casa de lord Henry, donde había
cenado, a eso de las once, bien envuelto en un
abrigo de piel, porque la noche era fría y neblinosa.
En la esquina de Grosvenor Square y South Audley
Street, un individuo que caminaba muy deprisa,
alzado el cuello del abrigo, se cruzó con él entre la
niebla. En la mano llevaba un maletín. Dorian lo
reconoció. Era Basil Hallward. Una extraña sensa-
ción de miedo, inexplicable, lo dominó. No hizo ges-
to alguno de reconocimiento y siguió caminando a
buen paso en dirección a su casa.
Pero Hallward lo había visto. Dorian le oyó prime-
ro detenerse y luego apresurar el paso tras él. Al
cabo de unos instantes sintió su mano en el brazo.
-¡Dorian! ¡Qué suerte la mía! Llevo desde las nue-
ve esperándote en la biblioteca de tu casa. Final-
mente me he compadecido de tu criado, que parec-
ía muy cansado, y, mientras me acompañaba hasta
la puerta, le he dicho que se fuera a la cama. Salgo
para París en el tren de medianoche, y tenía mucho
interés en verte antes. Me ha parecido que eras tú
o, más bien, tu abrigo de pieles, cuando te has cru-
zado conmigo. Pero no estaba seguro. ¿No me has
reconocido?
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El retrato de Dorian Gray - Oscar Wilde
Classics- ¿Que es el arte?- preguntó ella. -Una enfermedad. -¿Y el amor? -Una ilusión. -¿La religión? -Lo que sustituye elegantemente a la fe. -Eres un escéptico. -¡Nunca! El escepticismo es el comienzo de la fe. -¿Qué eres entonces? -Definir es limitar. ...