Capítulo 16

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Empezó a caer una lluvia fría, y los faroles desdi-

bujados no lanzaban ya, entre la niebla, más que un

resplandor descolorido. Era el momento en que

cerraban los establecimientos públicos, y hombres y

mujeres todavía reunidos delante de sus puertas

empezaban a desperdigarse. Del interior de algunas

de las tabernas brotaban aún horribles carcajadas.

En otras, los borrachos discutían y gritaban.

Casi tumbado en el coche de punto, el sombrero

calado sobre la frente, Dorian Gray contemplaba

con indiferencia la sórdida abyección de la gran

ciudad, y de cuando en cuando se repetía las pala-

bras que lord Henry le había dicho el día que se

conocieron: «Curar el alma por medio de los senti-

dos, y los sentidos por medio del alma». Sí, ése era

el secreto. Dorian Gray lo había probado con fre-

cuencia y se disponía a volver a hacerlo. Había

fumaderos de opio donde se podía comprar el olvi-

do, antros espantables donde se podía destruir el

recuerdo de los antiguos pecados con el frenesí de

los recién cometidos.

La luna, cerca del horizonte, parecía un cráneo

amarillo. De cuando en cuando una enorme nube

deforme extendía un largo brazo y la ocultaba por


completo. Los faroles de gas se fueron distancian-

do, y las calles se hicieron más estrechas y sombr-

ías. En una ocasión el cochero se equivocó de ca-

El retrato de Dorian Gray  - Oscar WildeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora