Empezó a caer una lluvia fría, y los faroles desdi-
bujados no lanzaban ya, entre la niebla, más que un
resplandor descolorido. Era el momento en que
cerraban los establecimientos públicos, y hombres y
mujeres todavía reunidos delante de sus puertas
empezaban a desperdigarse. Del interior de algunas
de las tabernas brotaban aún horribles carcajadas.
En otras, los borrachos discutían y gritaban.
Casi tumbado en el coche de punto, el sombrero
calado sobre la frente, Dorian Gray contemplaba
con indiferencia la sórdida abyección de la gran
ciudad, y de cuando en cuando se repetía las pala-
bras que lord Henry le había dicho el día que se
conocieron: «Curar el alma por medio de los senti-
dos, y los sentidos por medio del alma». Sí, ése era
el secreto. Dorian Gray lo había probado con fre-
cuencia y se disponía a volver a hacerlo. Había
fumaderos de opio donde se podía comprar el olvi-
do, antros espantables donde se podía destruir el
recuerdo de los antiguos pecados con el frenesí de
los recién cometidos.
La luna, cerca del horizonte, parecía un cráneo
amarillo. De cuando en cuando una enorme nube
deforme extendía un largo brazo y la ocultaba por
completo. Los faroles de gas se fueron distancian-
do, y las calles se hicieron más estrechas y sombr-
ías. En una ocasión el cochero se equivocó de ca-
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El retrato de Dorian Gray - Oscar Wilde
Classics- ¿Que es el arte?- preguntó ella. -Una enfermedad. -¿Y el amor? -Una ilusión. -¿La religión? -Lo que sustituye elegantemente a la fe. -Eres un escéptico. -¡Nunca! El escepticismo es el comienzo de la fe. -¿Qué eres entonces? -Definir es limitar. ...