Dorian salió de la habitación y empezó a subir,
seguido muy de cerca por Basil Hallward. Camina-
ban sin hacer ruido, como se hace instintivamente
de noche. La lámpara arrojaba sombras fantásticas
sobre la pared y la escalera. El viento, que empeza-
ba a levantarse, hacía tabletear algunas ventanas.
Cuando alcanzaron el descansillo del ático, Dorian
dejó la lámpara en el suelo y, sacando la llave, la
introdujo en la cerradura.
-¿De verdad quieres saberlo, Basil? -le preguntó
en voz baja.
-Sí.
-No te imaginas cuánto me alegro -respondió,
sonriendo. Luego añadió, con cierta violencia-: eres
la única persona en el mundo que tiene derecho a
saberlo todo de mí. Estás más estrechamente ligado
a mi vida de lo que crees -luego, recogiendo la
lámpara, abrió la puerta y entró en la antigua sala
de juegos. Una corriente de aire frío los asaltó, y la
lámpara emitió por unos instantes una llama de
turbio color naranja. Dorian Gray se estremeció-.
Cierra la puerta -le susurró a Basil, mientras coloca-
ba la lámpara sobre la mesa.
Hallward miró a su alrededor, desconcertado. Se
diría que aquella habitación llevaba años sin usarse.
Un descolorido tapiz flamenco, un cuadro detrás de
una cortina, un antiguo cassone italiano, y una li-
brería casi vacía era todo lo que parecía encerrar,
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El retrato de Dorian Gray - Oscar Wilde
Klasikler- ¿Que es el arte?- preguntó ella. -Una enfermedad. -¿Y el amor? -Una ilusión. -¿La religión? -Lo que sustituye elegantemente a la fe. -Eres un escéptico. -¡Nunca! El escepticismo es el comienzo de la fe. -¿Qué eres entonces? -Definir es limitar. ...